lunes, 30 de septiembre de 2013

MANIZALES 1904


Muy grato y honroso es para mí ser el iniciador de este ciclo de conferencias con las que se quiere celebrar el primer centenario de la aparición de la "Revista Nueva", órgano que la intelectualidad manizaleña de principios del siglo XX puso en circulación nacional e internacional.

Parecerá extraño que una ciudad enclavada en el corazón mismo de la Cordillera Central y a la que muy difícilmente se podía llegar, pudiese hacer, a un mismo tiempo, alarde de ilustración y capacidad mercantilista que le permitiera traer desde Norteamérica y Europa bienes materiales y conocimientos en los diferentes ramos del saber humano y a la par de los apenas 40 números de la Revista que fueron conocidos en Sur y Centro América, España, Francia, Italia y Portugal, exportar los granos de la rubiácea que por años sostuvo la economía nacional, aclarándose que en febrero de 1911 aparece el único y último número de la Revista que no circulaba desde 1907.

Existen hombres, hechos y edificaciones que imprimen carácter a una ciudad pero que, al resultar tan familiares a sus habitantes, hacen que muy pocos se pregunten sobre su origen, simbolismo y significado. Esto sucede, literalmente, con muchas de las cosas manizaleñas.

Una ciudad o un sitio determinado es el lugar donde la divinidad se manifiesta de algún modo, un lugar donde algún tipo de energía natural muy particular, cósmica, telúrica, o de alguna otra clase, se revela produciendo efectos perceptibles en quienes frecuentan ese lugar, efectos que generalmente son de tipo muy preciso y determinado.

Desde la más remota antigüedad, una ciudad, no importando el porqué de su fundación, ni a que actividad o divinidad se dedicase se imprimía así misma un carácter y una dinámica muy diferente a los de cualquier otra, pero aquella dinámica y aquel carácter le viene, principalmente, por la escogencia del lugar "apropiado" para dicha fundación.

El sitio, según los más viejos cánones, trasmitidos, generalmente, por vía oral y que se han perpetuado por generaciones y generaciones, siglo tras siglo, milenio tras milenio, debía ser aquel en que estuviesen presentes y se manifestasen ciertas "fuerzas o corrientes telúricas e hidrológicas" que trasmitieran a la ciudad y a sus hombres las fuerzas de allí emanadas y que, estas, libremente fluyesen del mismo "centro de la tierra".

Ello se da, en nuestro caso, desde los primeros días de la "primera" fundación misma de la ciudad.  Y es, "primera", porque, según la historia local, es desde mucho antes de 1849 cuando se formaliza oficialmente el reparto de los primeros lotes, a los que quisieron asentarse en las tierras manizaleñas, cuando y el primitivo, desperdigado y humilde asentamiento daba muestras claras de que su historia sería sorprendente y convulsionada.

La desafiante y difícilmente accesible eminencia de Morrogacho, como era conocida la región, esculpida, seguramente milenios ha, por poderosas, volcánicas y cataclísmicas fuerzas, que bruscamnete cortaron y catapultaron verticalmente una gran porción de tierra, rompiendo la continuidad del horizonte, precipitando, abruptamente, una parte de él en las profundidades, formando lo que hoy es el paraje de La Francia, dándole así su extraña y enigmática configuración.

La dramáticamente accidentada silueta de Morrogacho es visible y reconocible, desde muchos kilómetros a la redonda, toda ella está rodeada por una serie progresiva de grandes picos y otros no pequeños cerros que la hacen resaltar entre la majestuosidad del paisaje, topográficamente no faltan profundos y pequeños valles, convulsionado terreno que solo se puede observar a plenitud desde un avión; toda la ciudad se halla edificada sobre una de las más activas y peligrosas fallas geológicas andinas, ella es la muy destructiva Falla de Romeral.

Es innegable pues la conjugación, en este sitio, de las fuerzas telúricas, tectónicas e hidrológicas, que hacen de éste el lugar apropiado y exacto para la construcción de una ciudad diferente a cualquier otra.  Nuestros antepasados, sabiamente, encontraron el "lugar adecuado" para construir su ciudad.

Los fundadores y primeros pobladores de Manizales descienden, en su gran mayoría, de viejos troncos genéricos vascos y asturianos, y ellos, los vascos, son un enigmático pueblo, asentado hace varios miles de años en las bravas montañas del noroeste de España, ellos son portadores de una rara y continuada pureza racial, debida, en gran parte, a la muy generalizada práctica endogámica de sus uniones, predominando en sus integrantes abundancia del singularísimo patrón sanguíneo tipo O, una baja frecuencia del grupo B y la más alta concentración estudiada del tipo RH negativo.

Están agrupados lingüísticamente en el Eúskaro, lengua única y antiquísima y no perteneciente a ninguna de las del grupo indoeuropeo; son amantes de la montaña, industriosos, tenaces, ascéticos, rebeldes y defensores sanguinarios de su libertad y fueron ancestrales, con hondo arraigo familiar y arcaica fe religiosa.

En cuanto a la ascendencia asturiana también hallamos, lo mismo que en los vascos, marcados atavismos célticos, de allí, de aquel viejo torrente sanguíneo, seguramente, proviene "la fuerza" que inspiró a hombres y mujeres a levantar este monumento a la tozudez; poderosa fuerza en la vida.

"La Cañada de Manizales" o "La Aldea Encaramada", como fue conocida en sus primeros 50 años de existencia, pasó de algo más de 2.800 habitantes en 1850 a 24.000 en 1900, año en que alcanza la madurez como centro poblado que le reconoció la Santa Sede al otorgarle un obispado, antesala, por un lustro, de la Gobernación que Rafael Reyes le confirió al crear el Departamento de Caldas.

En la primera década del siglo XX, Manizales era una ciudad donde todavía se creía en duendes y brujas, donde aún se tomaban las bebidas de apio, toronjil, yerbabuena y albahaca, donde aún se deleitaban diariamente los paladares con los fríjoles con "garra" o chicharrón chamuscado de "siete escalas", plátanos asados, cernidos de guayaba y requesón, brevas con queso, mazamorra de maíz amarillo, o con el rústico y delicioso dulce de vitoria con leche, una ciudad por la que transitaba el alpargatado carbonero pregonando su negra carga y los lecheros de carretilla entregaban a domicilio por tazadas y cuarterones sus no descremadas mercancías, una ciudad donde Noé Nicholls y Temístocles Vargas daban sus lecciones de piano y formaban bandas de músicos que con sus retretas dominicales deleitaban a los numerosos asistentes.

Aquel Manizales de hace una centuria, verdadero modelo de la tenacidad de una raza, era un conjunto de edificios públicos y privados que escasamente pasaba de las ochenta manzanas en las que todavía predominaba "el estilo temblorero", estilo que se conoció por las enormes tapias del primer piso y la construcción divisoria en bahareque embutido en barro, recubierto exteriormente con cagajón encalado, de profusa ornamentación con preciosos calados de madera en los segundos pisos, de amplias y ventiladas habitaciones, de grandes aleros volados y balcones salidos, "construcción en claustro", con sus macetas de geranios, novios, begonias y josefinas, ancladas en cada uno de los pilares que circundan el gran patio central.

Rasgos típicos de la arquitectura pueblerina de la Antioquia Grande que la hacían muy poco diferente de Sonsón o Rionegro y Abejorral, es decir era otro pueblo más de la avanzada antioqueña, que desde finales de 1903 se encontraba bajo los rigores de un fuerte invierno, que azotaba el centro del país con aguaceros de hasta cuarenta horas, diluvios que hacían más duras y largas las treinta y hasta cuarenta y cinco jornadas que demoraba una buena recua de bueyes desde las planicies tolimenses.

Por el oriente, los caminos del Ruiz, La Elvira y La Moravia tramontaban la gigantesca Cordillera, eran unas duras y larguísimas trochas que desde sus inicios fundacionales Manizales utilizaba para comunicarse con el Magdalena, "Río de la Patria", en muchas partes de ellos nos narra Manuel Pombo  "menudean los pasos azarosos, consistentes en defiladeros de tierra deleznable tajados sobre precipicios que van a dar al río ; en hondos fangales donde las bestias se consumen hasta los pechos; en estrechuras obstruidas por la maleza, sin hacer mérito de la continua sucesión de saltos y resbaladeros que constituyen el mal llamado camino", en otras partes, "...Profundos barrizales, plagados en su fondo por redes de raices que se enredan en los cascos de las bestias, derrumbaderos empinados de greda amarilla y brillosa o de tierra deleznable en donde no se pueden afirmar los pies y en donde ruedan confundidos bueyes, mulas y hombres", troncos caídos, maleza que cierra el paso, púas y estacas por todas partes, árboles que gotean por entre sus ramas, niebla espesa, frío, mucho frío, continuos y fuertes aguaceros acompañan a los viajeros, caminos que se hicieron temerosamente célebres desde la noche en que una ventisca mató cuarenta mulas, como se narra en alguna parte de nuestra historia comarcana.

Por el norte se llegaba a esta población por el camino del Salado o por el nuevo camino que se hizo pasando el Río Olivares, vías un poco, pero solamente un poco, mejores que las otras, pues nuestro activo y dependiente intercambio con Medellín les hacían ser menos fragosos y complicados.

Por el occidente, otro precario y empinado camino nos comunicaba por El Rosario hacía Chinchiná, Santa Rosa y Pereira y de allí con el Valle del Cauca, por esta vía colonizábamos el Quindío, allí nos derramábmos a raudales, porque si bien es cierto que Salamina es la ciudad abuela, Manizales es la ciudad madre de más de la mitad de la colonización antioqueña en el centro del país.

Por el sur, a escasas cuatro empinadas cuadras de la Plaza del Libertador, por un fragoso y casi vertical camino, Manizales se comunicaba con Villamaría, última población del Cauca, histórico camino por donde en varias oportunidades fuimos invadidos por las tropas del conflictivo Estado vecino.

En 1904, Manizales contaba con los barrios Carangal, llamado después de Los Agustinos, Hoyo Frío a la salida para Villamaría, El Mico, que cambió su nombre por el de San José, Sierramorena que se extendía hasta más allá del viejo puente de Olivares luego de pasar por la Puerta del Sol, todos ellos cruzados, en mayor o menor medida, por las 13 calles y las 18 carreras  "tiradas a cordel", rectas, empedradas y estrechadas, de solo 80 varas de longitud, que desafiaban empinadas colinas y profundas hondonadas, en pocos casos ya niveladas por grandes banqueos que popularizaron aquello de que "en Manizales primero se hace el lote y después la vivienda", calles por las que todavía corría la alcantarilla por el centro de la vía, obstáculo que se salvaba, a veces, con puentes como el llamado de "Los Suspiros", dos cuadras arriba de la capilla que desde 1902 construían los padres Agustinos recién llegados a la ciudad.  Corrientes de aguas negras que hacían del poblado un lugar malsano en el que las epidemias y las enfermedades, las niguas, las pulgas y las carangas eran lo común, lo que no era gran obstáculo para que la chiquillada en ruidosa democracia se involucrarse en sus juegos infantiles, suspendidos de vez en cuando para que por allí mismo pasasen las recuas, que al decir de varios historiadores se componían de más 10.000 bueyes y mulas, los que con su rítmico paso daban impulso al incesante comercio, cargando sobre sus lomos un sinnúmero de mercancías que hacían de la plaza la más próspera fortaleza comercial del centro del país.

Al oriente se encontraba el bello parque que desde 1902 impulsaron Samuel Velásquez, Alfonso Villegas Arango, Marino Montoya y el ingeniero cundinamarqués Carlos Clavijo, en el sitio conocido como Plazuela del Guayabo, quienes lograron que el Jefe del Batallón La Popa, anterior nombre que llevó el Batallón Ayacucho, les prestara un contingente de reclutas para demarcar e iniciar su construcción siguiendo los planos del ingeniero Julián Arango y que desde el 30 de abril de 1911 se llamó Parque de Sucre; al nordeste, donde se iniciaba el nuevo camino a Neira, se encuentra la plaza de Colón, nombre que reemplazó la rústica denominación de Plazuela del Mico, donde desde el 31 de enero de 1902 don Faustino Ocampo dio el barretonazo inicial para los banqueos necesarios para construir la iglesia de San José.

En el corazón mismo de la ciudad, en la Plaza del Libertador, donde los miércoles se hacia la Feria de Ganado y los sábados el mercado público que iniciara el visionario Marcelino Palacio, inmenso terraplén sin ningún pavimento ni ornamentación, a excepción de la hermosa pila importada, que aún perdura, aunque en otro lugar, donde sudorosos arrieros y caporales capitaneados por Paulino Acevedo, el "Poeta Arriero", o por "Cotoño Echeverri", abrevaban esa miríada de cansados animales luego de descargarlos de sus pesados fardos.  Allí tenían asiento la Casa Consistorial, el Correo, la iglesia Catedral construida en preciosas maderas desde 1888, donde se desempeñaba como cura párroco en 1901 el padre Nazario Restrepo Botero, gran pintor y buen poeta.

Allí mismo, en la Plaza del Libertador, se encontraban las viviendas y los bien surtidos almacenes de don Liborio Gutiérrez, de Mariano Latorre, de los Santamaría, de Pedro Pablo y Atanasio Restrepo y de don Benicio Angel, y muchos otros comercios de menuda importancia, al sudeste de la plaza el cosmopolita Hotel Internacional, que se encontraba situado en la segunda planta del local del Banco de los Andes, fundado en 1901, por varios empresarios de la ciudad, institución que se disputaba la clientela con el Banco de Manizales fundado en el mismo año, con el Banco Prendario, fundado en 1891 y con el Banco de Depósitos que fundara don Lorenzo Jaramillo desde 1896.

Al noroccidente ascendiendo por el antiguo camino de la colonización, que trocó su nombre por El Pedrero se ascendía a La Cuchilla, camino todo escoltado por sórdidos burdeles, que sábados y domingos se convertía en la más peligrosa y sangrienta zona de la ciudad, peligrosa vía que llevaba al bonito Parque del Observatorio, espectacular mirador hacia el Cauca y luego descendía a la Cuchilla del Salado y de allí al Guacaica.

Todavía eran comunes en nuestra habla la designación a calles y sitios de la ciudad y sus alrededores con sonoros nombres como Horqueta de Faracho, Quiebra del Guayabo, Plazuela del Mico, Vallejuelo, El Pedrero, La Cuchilla, El Carretero, Hoyo Frío, Sierramorena, Carangal, La Puerta del Sol, La Cueva Santa y San Peregrino.

Pero si el relativamente pujante pueblo no descollaba por sus adelantos arquitectónicos, como lo afirmaban los viajeros que nos visitaban, él si tenía un fuerte desarrollo comercial e industrial como se decía en la época, las trilladoras de café, La Estrella, La Oriental, La Argentina, El Porvenir y La Americana, movidas todas por sus propias plantas de energía eléctrica, daban trabajo a centenares de mujeres, lo mismo que las pequeñas industrias chocolateras Luker, El Rey, Vélez, Cruz Roja, Villegas y Medalla, y los talleres de tejidos en fíque y algodón y la Fábrica de Fósforos El Ruiz, no sin dejar de reconocer el importantísimo aporte minero que desde finales de la década de 1880 cuando ya se encontraban registradas 159 minas de oro y plata, casi todas en plena producción en los primeros años del siglo XX, dando trabajo a miles de hombres, de ellas se destacaron La Cascada, la Coqueta, Volcanes, Farallones y Tolda Fría, la más antigua y rica de toda la región.

Por las calles y plazas de la activa y próspera ciudad era común ver a Tomasito el vendedor de sirope, al sastre con su metro al cuello, al yerbatero con su mochila ofreciendo cidrón, albahaca, eneldo y poleo para la morcilla, a Noé Ossa el herrero, al carpintero con su lápiz trazador en la oreja, al terciador con sus cinchas y lazos, al zapatero remendón y al mugroso lustrabotas, a Jacintico, a Pedrito Canastero, a Juan Pablo Jaramillo con sus 150 kilos de fofa carne, a Castelairas y Morrocoy, a Corroncho y Bibiano, a Cirgüelillas y Napoleón, a Tuto, portero y guardián de la Catedral, a Ismaelito Vargas vendiendo elíxires, vinagre y jarabes de canela y limón, a Alarcón, curandero y vendedor de específicos, a Mucinga, a Juan Onofre con su zurriago y su pañuelo rabo de gallo y a Tanana con su caminado de pato, todos revueltos con los parsimoniosos y elegantes, casi ingleses, caballeros de botines de tacón alto y sombrilla parisina, como calcadas de los figurines de moda europeos; con añosas matronas de delantal blanco y embozadas en su pañolón negro; con muchachos de cachucha y camisa de dril, de pantalones cortos confeccionados de las transformaciones de los vestidos de sus mayores, de medias rayadas a media pierna y calzados con gruesos y pesados botines únicamente los domingos, que buscaban, en solares y potreros vecinos, saltando trancas y talanqueras las chiliguacas, las dulunzogas y los tapaculos, vernáculas golosinas ya desaparecidas, por no decir los destrozos causados a los tomates de árbol, los chirimoyos, los brevos y los cidrales que con esmero cuidaban los manizaleños en sus huertas caseras.

Ese era el Manizales del portentoso desarrollo literario que se daba por aquella época.

Según Hernando Salazar Patiño, su génesis fue la aparición, del que se ha considerado primer periódico de la ciudad, en enero de 1877, el "Boletín de Guerra", que en sus siete números publicó las proclamas del General Marcelino Vélez, entreveradas con los artículos crítico-humorísticos del Tuerto Camilo Antonio Echeverri, seguido en 1878 de la hoja periódica "La Serenata" de la autoría de Alejo María Patiño y de "Ecos del Ruiz", periódico literario, industrial y noticioso, de ocho páginas que comenzó a circular todos los domingos desde el 3 de octubre de 1880, bajo la dirección del excelente periodista sonsoneño Federico Velásquez, semanario que alcanzó a tener 140 suscriptores.

En cuanto a la literatura en sí, es posiblemente desde 1883, cuando sale a la luz un pequeño tomo conteniendo una poesía titulada "Flores Mustias" cuyo autor fue Ramón Gómez Gaviria, quien manejaba la imprenta en donde se editó luego la famosa revista La Primavera, de la que hablaremos luego, este pequeño tomo es considerado el primer libro que se editó en Manizales.

También se ha catalogado como la más importante génesis cultural de Manizales la famosa Tertulia de las hermanas Cárdenas, que se desarrollaba alrededor de 1880 en su casa de habitación y era comandada por Joaquina la hermana mayor, casa que cae, en 1949, bajo el golpe dizque progresista de la piqueta demoledora, siendo seguida aquella tertulia por la célebre Sociedad Literaria que empieza a funcionar en 1885 con la dirección del maestro José María Restrepo Maya y en la que fueron admitidos un "grupo de inquietos muchachos entre los 14 y los 17 años, que al año, en junio de 1886, fundan su órgano de expresión llamado "La Primavera", allí sale a la luz Victoriano Vélez, con apenas 14 años, y sus compañeros Valerio Antonio Hoyos, José Ignacio Villegas, Daniel Restrepo, Silverio A. Arango, los Gutiérrez, los Henao, ... y más tarde Alfonso Villegas, Basilio Uribe, Samuel Velásquez, Juan Pinzón y otros, y por un tiempo el profesor Luis Zea Uribe, quien la rebautizó "Zapatería Literaria", por el local en que se convocaban".

Aquella Sociedad duró más de 15 años y de allí emergieron los escritores, magistrados, pedagogos, gobernantes y periodistas que orientaron la vida y el pensamiento de la ciudad con la aparición de los periódicos El Amigo del Hogar 1891, El Sur en 1894, El Imparcial en 1895 y el más importante de todos, El Correo del Sur, en 1897 y en aquel mismo año, en la Tipografía Caldas el primer número de la Revista Nueva, la que desapareció debido a los sucesos de la guerra de los tres años.

En noviembre de 1904 y en medio de un gran jolgorio tuvieron lugar los primeros Juegos Florales en Manizales, en ellos fueron vencedores el doctor Aquilino Villegas, con un cuento original de Gabriel D`Annunzio, que su autor al traducirlo brillantemente, adaptó a nuestro medio.  Otro premio le fue concedido al mismo doctor Villegas por su poesía titulada "Tríptico" y en el mismo torneo resultaron triunfadores el poeta Jorge S. Robledo y el General Carlos Jaramillo Isaza, el primero con su poesía "Los funerales del sol" y el segundo con un canto a la reina de la fiesta, Inés Jaramillo Montoya.

Con la guerra de los Mil Días, que en lo bélico apenas nos tocó en forma tangencial, pues como en las otras guerra Manizales fue convertida en un verdadero fortín militar, que vigilaba las acciones en los departamentos vecinos, situación que no dejó exentos a algunos vecinos liberales de la expropiaciones y contribuciones, "haciéndose insostenible la vida para muchos y para otros se convirtió la ciudad en un próspero campo de especulación con los negocios que labró la prosperidad de unos y la ruina de otros.  Empezó a subir el tipo de cambio de manera progresiva, hasta llegar al diez mil por ciento o más, de manera que el patrón monetario que representaba el valor de un peso, quedo valiendo un centavo".

A pesar de todo, aquí no se aquietó el rebullir intelectual, por el contrario, de este contingente humano de excelsas calidades, los educadores sonsoneños, salamineños y caucanos ya recogían los frutos de su incesante brega educativa, aquí una pléyade de jóvenes inquietos hacía sus primeros pinitos en las letras, no muy tímidamente deleitaban a sus sorprendidos paisanos con sus logros literarios; ya se habían dejado atrás los tiempos de la salamineña Agripina Montes del Valle, quien había partido hacia Bogotá para radicarse allí, es por ello que se considera de más trascendencia las enseñanzas del gramático y periodista Jesús Londoño Martínez, en el Colegio Exagógico, del científico Luis Tomás Fallón (padre del poeta Diego Fallón), en el Colegio León XIII, de Gerardo Arias en su Instituto Pestalozzi y de Concha Ruiz de Arango en su institución privada y mixta, de José María Restrepo Maya en su célebre colegio de Santo Tomás de Aquino; de aquella lucha fratricida que nos desgarró por tres años nos quedo un Aquilino graduado de Coronel y Abogado, al que los miembros de la famosa Gruta Simbólica, llamaron poeta.

Ya con el servicio de energía eléctrica, que pocas ciudades del país lo tenían, pareciera que Manizales entraba de la mano del siglo al modernismo, la actividad cultural en la primera década del XX es arrolladora, es por ello que por intermedio de los editores Guinge, Salazar y Molina, algunos dieron a luz sus composiciones y la Tipografía Caldas, en su imprenta de pedal, edita, a principios de 1902, en un muy discutido folleto de apenas 62 páginas, la primera antología de escritores caldenses titulada "13 Composiciones", folleto que se vendió a beneficio del Hospital, lográndose recolectar la importante suma de $ 10.000.00.

En aquel folleto se publicaron "Leticia" y "Piedras Finas" de Samuel Velásquez, "La Samaritana" de Emilio Robledo, "Interior" y "Sara" de Juan Pinzón, "El Proyecto del Juez Carranza" de José Ignacio Villegas, "Oda al Padre Evasio Rabagliatti" y "La Vaca" de Alfonso Robledo, "Belkiss" (Reina de Saba) y "El Viejo" de Aquilino Villegas, "Confesiones de un Reo" y "Dos Rosas" de Victoriano Vélez y "En la Celda" de Alfonso Villegas Arango.

Pero no se crea que Samuel Velásquez, Aquilino Villegas, Victoriano Vélez, Juan Pinzón, Alfonso Villegas Arango, Alfonso Robledo Jaramillo, Emilio Robledo Correa.  Juan B. Gutiérrez y José Ignacio Villegas, solamente se interesaron por la Revista Nueva, ellos gestaron o tuvieron, temprana o tardía, incidencia en la fundación de la Sociedad de Mejoras Públicas, la Sociedad de Medicina de Manizales, el centro de Estudios Históricos de Manizales, y el Instituto Universitario.

Destácase de entre todos ellos Samuel Velásquez, "primer pintor de caballete que conoció Manizales", discípulo de Alberto Urdaneta, autor de los cuadros evangélicos que existían en la antigua catedral y de los retratos de algunos de los fundadores de la ciudad que adornaban el salón de sesiones del Concejo municipal, autor, también, de las primeras novelas importantes ambientales en Manizales, Madre premiada en el concurso de 1897 y Al Pie del Ruiz publicada en 1898.

Los Villegas, Aquilino, José Ignacio y Alfonso, herederos todos del Alférez Felipe de Villegas y Córdoba, creador de una estirpe que en sus genes porta una rara predisposición a las letras, muchos de sus más cercanos parientes también fueron y han sido cultores eximios de la palabra, ya alguien ha dicho que "los Villegas son una raza de letrados".

Como rareza debemos anotar hoy que en esta exclusiva lista de intelectuales aparecen los médicos Emilio Robledo y Juan B. Gutiérrez, verdaderos humanistas que abrevaron esa filosofía de vida en la vieja capital francesa, cuando aquello de "Ciudad Luz" era una verdad axiomática, sus escritores así nos lo demuestran; Emilio fuera de sus obras médicas también descolló como uno de los mejores y verdaderos historiadores con que Colombia cuenta; Juan B dejó como imborrable recuerdo, entre otras cosas de la intelectualidad, su preocupación por el espíritu y su humana explicación, exploró en muchas y variadas fuentes, como prueba de ello nos dejó, como legado, una variada colección de escritos donde se mezclan la medicina y la espiritualidad.

Tampoco se sustrajeron al ejercicio de la política, fueron ruidosos y fuertes polemistas, casi todos.  Conservadores y luego Republicanos, participaron por momentos en una muy dura oposición al gobierno central quien a la postre, al sentirse aludido por la publicación, en dos entregas de la Revista, en el magistral artículo de José Ignacio Villegas, "La Delación Bajo los Césares Romanos", adaptación de una obra del insigne escritor francés Gastón Boissier, escrito que el régimen dictatorial consideró lesivo a sus intereses y declaró a su autor y a la Revista como activos conspiradores en su contra, hecho que originó, por medio del decreto 182 de 1907, sobre censura de prensa, ordenar el cierre de la publicación, como muy claramente lo informaron sus editores en los números 35 y 36 de marzo y abril de 1907.

Todos se desempeñaron como Concejales de Manizales, algunos en varios períodos; Juan Pinzón y Aquilino Villegas, fueron Constituyentes de la Asamblea instaurada por la dictadura de Reyes; Aquilino y Alfonso Robledo fueron Ministros; el primero de Obras Públicas y el segundo, en la presidencia de Abadía Méndez, del Tesoro, Aquilino y Juan Pinzón fueron Senadores por dos períodos consecutivos; Gobernadores del recién creado Departamento de Caldas fueron José Ignacio Villegas y Emilio Robledo; José Ignacio Villegas, además, fue Alcalde de Manizales; Alfonso Villegas Arango fue Diputado a la Asamblea Departamental de Caldas y Emilio Robledo de la de Antioquia, no sin dejar de reconocer que Alfonso Robledo fue Alcalde de Bogotá.

Para toda aquella agitación era necesario tener medios de expresión, por esto vemos un aumento inusitado en la prensa, en 1907 aparecen: Cosmos, Lectura Popular, El Juguete, El Parnaso, La Opinión de Caldas, La Nueva Era, Los Andes, El Remo, Croniqueur, y El Glóbulo Rojo, anticipos muy tempranos de Eco, que aparece en 1915 editado por la Tipografía Rivas, Cervantes, y ya más tarde de La Patria y El Tiempo.

Como se puede ver la Revista Nueva fue un aglutinante donde se amalgamaron en un momento dado los mejores hombres de la intelectualidad manizaleña, ella sirvió, en varias oportunidades, de ventana por donde se vió la obra de los literarios del modernismo francés, también sirvió para conocer aspectos de nuestra historia que en ninguna otra parte se han mencionado, como por ejemplo la enorme escasez de dinero circulante en la región durante el año de 1904 a 1905, informándonos que se llegó hasta cerrar por algunos días el servicio en algunos de los bancos de la ciudad, interesante tema que los historiadores y economistas hasta hoy no han estudiado; por esta y otras cosas es que yo siempre he sostenido que nuestra historia aún no se conoce en su verdadera dimensión.

Como otro ejemplo de mi anterior aseveración está el caso de la reorganización territorial colombiana, poco se sabe que algunos de los miembros de la Revista Nueva se opusieron vigorosamente al desmembramiento del sur de Antioquia cuando se creó el departamento de Córdoba, antecesor del departamento de Caldas, hasta recogieron una interesante cantidad de firmas de ciudadanos que no estaban de acuerdo con tal hecho administrativo, así como tampoco se conoce que otros integrantes de la Revista si apoyaron con igual vigor tal creación y hasta, en gesto y palabras muy románticas, propios de la época, ofrecieron la pluma de oro con que debía firmarse el decreto respectivo; trascendental polémica de la política doméstica que poco se analiza y debate en nuestra historiografía.


Con esta visión rápida que hemos hecho del Manizales de 1904, año en que empieza a circular la Revista, queremos, más que hacer una quejumbrosa añoranza, hacer una especie de llamado de atención a gobernantes y dirigentes locales para se retorne a actitudes que no pueden ser exclusivos de una época ya centenaria; otros en su debido momento durante esta semana harán análisis más profundos sobre otros tópicos de la Revista y sus autores, pero de lo que no puede quedar duda es que la crisis que actualmente padece la ciudad es un fenómeno cíclico que ya varias veces hemos padecido por más o menos tiempo:  dificultades en las vías de acceso a la ciudad, guerras, despóticas invasiones, constreñimientos políticos, terremotos, incendios, penurias económicas, ausencia de líderes cívicos, pequeñez en algunos de nuestros mandatarios ciudadanos, no son nada nuevo en nuestra sesquicentenaria vida, pero pese a todo ello Manizales fue, es y será ciudad guía y modelo en la vida colombiana.

FERNANDO DE ZAFRA CENTENO

EL HIDALGO TROTAMUNDOS

Cuando Don José María Restrepo descubre, en Tunja, el testamento del extremeño Fernando de Zafra Centeno, caen por tierra una serie de mitos y leyendas que desdibujaron por siglos una parte de la historia antioqueña y sus caballeros andantes, alucinados algunos, como el sin par Andrés de Valdivia, iniciador de la civilidad antioqueña, como Don Gaspar de Rodas, el caballero feudal, que pobló y gobernó a la comarca antioqueña sin pararse en pelos por nada y para nada, orgullosos unos pocos, aventureros los más, pero todos, trotamundos guerreros que se cobijaron bajo los estandartes imperiales del nunca igualado Carlos V, el hombre que tuvo férreamente el mundo a sus pies, para legarlo, con su gloria y sus defectos, a su sucesor dinástico, el vilipendiado e incomprendido Felipe II.

En Badajoz, principal ciudad de la Región de Extremadura, Fernando de Zafra Centeno y Catalina Fernández procrean a Fernando de Zafra Centeno, el mayor de cinco hermanos llamados, Juan, Francisco, Pedro, y Ana de Zafra, quienes vivieron por muchos años en la capital extremeña, vidas apacibles y que en nada se parecieron a la del trashumante hermano mayor.

Desde muy joven se alistó en la carrera militar, como le correspondía, por ser hidalgo, profesión que le llevaría por Italia, España, Alemania, Hungría, Venezuela, Isla de Margarita, Brasil y el Nuevo Reino de Granada, su sangre remarcó su huella en ambos lados de la mar océano, el Atlántico no fue barrera para que sus proezas guerreras iniciadas en la ciudad germana de Mülberg, seguidas en España, Hungría e Italia, no pudiesen seguir en estos lados de la América.

Llegó por los años de 1548 o 1549 al puerto de Pernambuco en Brasil, donde se alistó como Alguacil Mayor en una expedición al mando del Capitán Luis de Melo de Silva, al descubrimiento y conquista de las tierras interiores y del Río Amazonas, donde pasaron grandísimos trabajos por la incesante y dura guerra que les daban los indios, lo que provocó un motín encabezado por Juan de Alberca, Jerónimo de los Ríos y Bartolomé de Aguilar quienes lograron el apoyo de muchos de los soldados expedicionarios, los que pretendían asesinar al Gobernador y poner en su lugar y por la fuerza a Fernando de Zafra, el que enterado de las sediciosas intenciones de la tropa logra sosegarla y disuadirla sin alboroto ni escándalo para que no hagan semejante osadía, lo que le valió el respeto de sus superiores y el sometimiento de toda la hueste interna en la manigua, la que tras duras jornadas sacó a la costa sin mayores pérdidas de hombres y equipo.

De Pernambuco pasó a la Isla de Margarita, donde a poco de llegar el Capitán Zafra Centeno, es atacada por una flota de corsarios franceses quienes querían tomarse la isla, para convertirla como estratégico punto central de sus correrías por las Antillas del sur y las costas de la Tierra Firme, el gobernador de la isla, Lope Amado se encontraba reducido por dolorosa enfermedad a la cama, lo que hace, que nuestro personaje se apersone de las tropas defensoras, no sin antes despachar al enfermo, los ancianos, las mujeres y los niños a un poblado del interior de la isla, lo que permitió la preparación sin tropiezos de muchas trampas en la playa y la ciudad, así como también para el

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reforzamiento de los parapetos y baterías de la rudimentaria fortaleza con que contaban los isleños.

Comenzado el ataque, saltaron a tierra más de 200 corsarios armados de arcabuces, pistolas y terribles alfanges de asalto, apoyados del devastador fuego de los cañones disparados desde los navíos, la batalla se dio sin tregua ni cuartel, la carnicería, según los cronistas, fue espantosa, pero los franceses fueron rechazados sufriendo muchas y muy importantes bajas, al contrario de los defensores que solo contaron con una sola pérdida debida al desobedecimiento de las órdenes dadas con antelación por el extremeño.

Pocos meses después, se supo en Margarita, que la fortaleza de Cumaná, a cargo de seis soldados, situada en la tierra firme venezolana, estaba sitiada por tierra y por mar, por el océano por una gran cantidad de piraguas tripuladas por muchísimos indios caribes, por tierra por una nube de feroces indios, situación que motiva al Cabildo de la isla a organizar una expedición de socorro al mando del Capitán Zafra, el cual sale en horas de la noche y sigilosamente logra pasar por entre la maraña de embarcaciones y entrar con su tropa al fortín sitiado y aprestarse para la defensa cuando fuese atacado, lo que sucede a la noche siguiente, siendo rechazados y vencidos los indígenas quienes se retiraron con muchas pérdidas.

De Venezuela pasa en 1555 a la Gobernación de Popayán, cuando el Capitán Gómez Hernández , vecino de Anserma y compañero de Belalcázar, es nombrado por la Real Audiencia para reconstruir la ciudad de Antioquía y sojuzgar al Cacique Toné y a los indios catíos que la habían quemado y tenían amenazadas a las villas de Caramanta y Santa Fé de Antioquia, en esta expedición se alista Don Fernando de Zafra, en ella, se guerrea por casi un año con distintas suertes, en esta campaña, posiblemente al paso por la villa de Santa Fé de Antioquia, conoce Don Fernando a Juana Taborda, una moza de 21 años, hija de su compañero de expedición Juan Taborda, la que llegará a ser su esposa.

En 1557 vemos a Don Fernando en Bogotá, de donde sale por mandato de la Real Audiencia en compañía de Asencio de Salinas y Francisco de Ospina a la fundación, pacificación y conquista de la ciudades de Victoria y Remedios y sus provincias, distinguiose allí el Capitán Zafra por sus hazañas guerreras, durante cuatro años se combatió cruelmente, con los feroces y caníbales pantágoras, al término de los cuales y aquietadas las belicosas tribus le fue dada una encomienda de pocos indios de la que hace dejación pocos meses después a causa del poco provecho que le reportaban.

En 1561 pasa de Victoria a Cali donde estaba de Gobernador su amigo Luis de Guzmán, quien lo nombra Sargento Mayor de las tropas que se organizaban para salir en contra del sublevado Lope de Aguirre, expedición que no se dio por la muerte del tirano en Barquisimeto, Venezuela, poco después el Gobernador Luis de Guzmán es trasladado con el mismo cargo a Panamá y es reemplazado por Don Pedro de Agreda, quien se desempeñó muy mal en su cargo por lo que la Real Audiencia le abrió un Juicio de Residencia, el que se desarrolló de 1564 a 1565 con demasiadas acciones jurídicas de las que resultó condenado el Gobernador Agreda a pagar una caución de $ 28.000.00, de lo que apeló ante el Real Consejo de Indias, por lo que se le ordenó presentarse ante este tribunal en España, debiendo constituir fianza por la enorme suma, la que depositaron el 16 de Mayo de 1565 de sus propios medios el Capitán Fernando de Zafra, quien por esos días ya se hallaba avecindado desde 1562 en Santa Fé de Antioquia y el Capitán Pedro Muñoz, Melchor Gómez, Miguel Sánchez Salmerón, Pedro de Castro, Andrés Gallo, todos vecinos de Cartago y el Capitán Pedro Fernández vecino de Caramanta, amigos que se obligaron en $ 4.000.00 cada uno, cuotas que se les cobró posteriormente a todos y cada uno pues Don Pedro de Agreda murió antes de presentarse en España ante el Real Consejo.

Como vimos anteriormente, desde principios de 1562 había llegado Don Fernando de Zafra a la villa de Santa Fé de Antioquia como Teniente de Gobernador, reencontrándose con Doña Juana Taborda, ya viuda de Don Francisco Moreno de León y convertida en  una de las mujeres más ricas de toda la jurisdicción, rápidamente se enamoran, quizá,  aprovechándose de la amistad que desde años atrás Don Fernando cultivaba con Don Juan el padre de Doña Juana, por lo que en Abril de 1563 contraen matrimonio.

Don Fernando, “no era fruta que come mono”, al casarse, ya era padre de su hijo natural Francisco de Zafra y de Doña Ana, habida en una india de su servicio, habilidosamente y con refinada astucia logra ascender en el poderoso clan Taborda, pues debe saberse que en 1569 don Juan Taborda era Teniente de Gobernador en la villa de Santa Fé de Antioquia, su yerno Fernando de Zafra  uno de los dos Alcaldes Ordinarios, el otro lo era Bartolomé Sánchez Torreblanca, su otro yerno, Juanes de Zabala uno de los cuatro Regidores, en compañía de Gaspar de Rodas, Francisco de Guzmán y Juan de Aldana.

En el lapso corrido entre 1569 y 1571, las intrigas y las luchas intestinas entre el Gobernador de Popayán, Alvaro de Mendoza Carvajal y todos los integrantes del gobierno de la villa de Santa Fé de Antioquia, respecto a la jurisdicción,  inundaron de acusaciones, demandas y contrademandas a la Real Audiencia, la que enviaba investigadores y jueces a una y otra sede con el fin de abrir procesos y oír descargos, es increíble la cantidad de tinta y papel que se gastó atendiendo los interminables y bizantinos alegatos presentados por las partes, sumándose a este caos institucional la intempestiva aparición de Don Andrés de Valdivia trayendo los títulos de su recién creada Gobernación, esta maratón jurídica, dará en su momento abundante tema para otro trabajo.

Como resultas de los diferentes juicios que se le siguen por la Real Audiencia, decide Don Fernando presentarse en Bogotá ante el alto tribunal y aprovechar para presentar su Probanza de Servicios que con antelación (6 de Marzo de 1571) la misma Audiencia había ordenado, por lo que acuerda con su esposa trasladar sus negocios y residencia a Tunja para estar más cerca y atender más prontamente los varios casos que por la lejanía transcurren lentamente y de los que se auguran muy sombríos resultados si no se apersona de ellos en la capital virreinal.

Puso, pues, en venta todas sus pertenencias, encontrando en el Capitán Gabriel de Prado Pimentel un comprador dispuesto a pagar los $17.930.00 en que se valoraron las casas de habitación ubicadas en la plaza de Santa Fé de Antioquia, las fincas junto al río Tonusco y las minas del cerro de Buriticá, al parecer, también se incluyó la encomienda de los indios titiribíes estimada en un valor de $ 5.000.00. Esta negociación, cualquiera que hubiere sido, produjo innumerables pleitos que llegaron hasta el Real Consejo de Indias en Madrid, causando, además, la desavenencia y enemistad a muerte entre Gaspar de Rodas y su hijo Alonso Rodas Carvajal con Damián de Silva, el tercer marido de Doña Juana Taborda y que habría de dividir profundamente la población de Santa Fé de Antioquia en dos bandos por muchísimos años.

Parte hacia Bogotá el 16 de Julio de 1571 acompañado de su mujer Doña Juana y de sus hijos Fernando, María y Catalina Centeno, deteniéndose en Mariquita, donde llega el 10 de Septiembre, unos pocos días para hacer comparecer unos testigos que depondrán sus declaraciones sobre hechos concernientes a su Probanza de Servicios iniciada en la Villa de Santa Fé de Antioquia, desde el 2 de Junio de 1571, interrogatorio más o menos igual en la villa, Mariquita y Bogotá contenido en 15 preguntas que abarcaban toda la vida de Don Fernando.

El 27 de Octubre acompañado de su apoderado Alonso del Valle se presenta ante la Real Audiencia llevando un petitorio sustentado con las declaraciones recogidas durante la Probanza y solicita que “la Real Audiencia le haga merced de la vara de Alguacil Mayor de Tunja, con voto de Regidor y que mientras esto se produce se le de una Encomienda de indios en la ciudad de Tunja o en Santa Fé de Bogotá de $ 2.000.00 de oro de renta anual”.

Petición reforzada con nuevas declaraciones de más testigos residentes en la capital virreinal, donde todos son acordes en manifestar que el Capitán Fernando de Zafra “conforme a la calidad de su persona, de hombre muy principal, caballero e hijodalgo notorio, que por tal ha sido habido y tenido en este Reino y fuera de el, y por los muchos y leales servicios que a su Majestad a hecho así en Italia, Alemania y Hungría, como en estas partes de Indias, y por ser casado y tener mujer e hijos que sustentar, es digno de que su Majestad se lo gratifique con mercedes para que se pueda sustentar honrosamente como benemérito de ella”, simultáneamente con la tramitación de la Probanza  es sobreseído de los otros pleitos y acusaciones que contra el se adelantaban en el alto tribunal, pudiendo proseguir su viaje a Tunja con su familia, sus seis esclavos y seis indios de ambos sexos que le sirven y se instala en la casa del Regidor Don Diego Montañez, no alcanzaría Don Fernando a vivir por mucho tiempo, ni tampoco a ver premiados sus servicios, puesto que a mediados del mes de Abril de 1572 muere en la ciudad de Tunja, después de haber otorgado su testamento el día 12 del mes señalado y un codicilo reformatorio al día siguiente.

No nos dicen los cronista de la época que tipo de enfermedad llevó a la tumba tan rápidamente a Don Fernando, suponen algunos historiadores que bien pudo ser una neumonía provocada por el frío clima de Tunja pues debe recordarse que Don Fernando siempre vivió en ciudades de clima muy caliente.

En los diez años de matrimonio de Don Fernando de Zafra con Doña Juan Taborda se procrearon los siguientes hijos:

1º    Don Hernando de Zafra y Taborda, quien murió joven, posiblemente en 1582, sin dejar descendencia.

2ª  Catalina Centeno Taborda, nacida posiblemente en 1567, esposa del Alguacil Mayor Don Andrés de Parías.

3ª  María Centeno Taborda, nacida entre 1570 y 1571 casada en cuatro oportunidades, veamos:

a)      El primero, a los 24 años de edad, en 1594 se casa con el ya viudo García Jaramillo de Andrade, quien murió en 1608 sin dejar descendencia.

b)      El segundo, con el Capitán Alonso de Rodas, a principios de 1609 y del que al parecer tuvo un hijo llamado Juan bautizado en la iglesia parroquial de Santa Fé de Antioquia el 21 de Enero de 1610, muerto de pocos años, este matrimonio se separó provocando numerosos pleitos.

c)      El tercero, con Antonio Machado Vargas “El Mozo”, hijo del Capitán Antonio Machado e Isabel de Vargas, matrimonio que duró muy poco debido a las acusaciones de adulterio y otros delitos con que Alonso de Rodas adelantó causas en los tribunales en contra de Don Antonio por lo que fue mandado preso a Bogotá.

d)     El cuarto, ya vieja, contrajo nuevo matrimonio con el viejo y viudo Capitán Fernando de Ossio Salazar, con quien ya no pudo procrear hijos.

4ª  Juana Centeno Taborda, hija póstuma, nacida en el segundo semestre de 1592, casada en Santa Fé de Antioquia a la edad de 28 años, en Septiembre de 1600, con Don Juan Jaramillo de Andrade y Salcedo, quien contaba con 22 años de edad.

Doña Juana Taborda viuda a los 38 años y con cuatro hijos vuelve a casarse con el noble portugués Damián de Silva, matrimonio que continúa la cadena de pleitos y juicios de toda índole que al parecer gustó tanto a los Zafra y los Taborda, de este enlace nacieron Don Pedro de Silva y posteriormente Diego de Silva.

Para terminar, es conveniente resaltar la sorprendente movilidad con que algunos personajes de la conquista de Indias se nos presentan, viajaron del Viejo al Nuevo  Mundo, en frágiles embarcaciones, pero con despreocupada tranquilidad; uno de ellos, Bartolomé Carreño, dueño de flota, y quien por otra parte figuró entre los descubridores de las Bermudas, viajó varias veces bajo el mando de Juan Bermúdez, realizó 33 expediciones a la América.

Gonzalo Fernández de Oviedo viajó doce veces a este lado del Atlántico,  Juan de la Cosa, estuvo preso en Portugal durante gran lapso de tiempo cuando cumplía una especie de misión diplomática allí, pero le alcanzó su corta vida para venir 7 veces en viajes exploratorios a estas Indias y le alcanzó el tiempo para conseguir en ellas gran fortuna. Muchos exploradores retornaron a la Península en dos o tres ocasiones, volviendo al Nuevo Mundo a establecer su definitivo hogar.

Otro aspecto importante con respecto a la movilidad de los conquistadores, consiste en recordar que América sirvió de base, para que desde aquí, se efectuara el despegue para el descubrimiento por parte de España, de Nueva Guinea, mediante Iñigo de Retes; de Australia y Tahití, por Pedro Fernández de Quiróz, de las Islas Salomón por Pedro Sarmiento; pero particularmente de Filipinas, con exploración y conquista de las mismas, por Miguel López de Legazpi y Andrés de Urdaneta, sin que parezca justo olvidar tampoco a Gómez Pérez, gran impulsor de la navegación hacia América y expedicionario luego a las Molucas y China; ni Luis Vaeez (Báez) de Torres, que en 1606 también llegó a Australia.

Porque los españoles eran incansables en su afán de explorar, y habiéndose descubierto la Isla de Gorgona por Pizarro, las Galápagos por Fray Tomás Berlanga; la isla que lleva su nombre por Juan Fernández; el archipiélago de Chiloé por el mismo Fernández y la isla de la Campana por Sarmiento, fue avanzándose por el Pacífico hasta hacer los descubrimientos de que hablábamos anteriormente.

Magallanes, como bien es sabido, nació en Portugal, pero se naturalizó en España, y su expedición al igual que las de Colón, las patrocinó la Corona española; sin embargo, Portugal y otros países pretendían beneficiarse, con exclusión de España, de los territorios descubiertos; por ello, mediante una carta-orden del Monarca, se encomendó al padre Andrés de Urdaneta, residente en el convento agustino de la capital azteca, por ser considerado el más hábil y experto navegante, a formar una expedición en compañía del  conquistador Miguel López de Legazpi, quien en 1563, se encontraba en México, que viajara a tomar posesión de algunos, al menos, de los territorios hallados con apoyo español, en la lejanísima Asia, por ello la mayor parte de los países reconoció a Filipinas como posesión española.


Al conocer estos apuntes podemos concluir fácilmente, que el mundo, inciado el siglo XVI, era quizá más pequeño que hoy, el hombre español y en segunda medida el portugués, se derramó por el globo para demostrar la incuestionable verdad de la redondez terráquea, se halló al hombre hispano en todos los puntos de la Rosa Náutica, su trasegar, consciente e inconscientemente se hizo para demostrar la exactitud de la máxima matemática de que la esfera no tiene fronteras.    

MANIZALES 1920 - 1930

SEGUNDA FUNDACIÓN


Con los primeros días del año 1921 se inició una década de hechos inusitados e insospechados en la historia citadina de nuestra Manizales, comienza el período más fructífero en el desarrollo físico de la pequeña población enclavada en el pleno centro de la agreste geografía nacional, "aldea serrana y cruce de caminos de arriería" la llama Alzate Avendaño, también es el decenio de sus más grandes tragedias e infortunios, verdaderas catástrofes para nuestros abuelos, sucesivos incendios, terremotos y crisis económicas y la irreparable pérdida de algunos de sus más preclaros hombres esculpen el plano físico manizaleño y el alma colectiva de sus habitantes.

En sus 70 años de existencia, se construyó una ciudad, plazas y calles vieron el rítmico desfilar de mulas y bueyes portando sobre sus lomos el activo comercio que desde muy tempranas épocas distinguió a la población, también se vieron los  ejércitos de la Unión, los que más tarde fueron reemplazados por los de la República, Mosquera, Rengifo, Henao, Trujillo, Deaza y otros, con sus soldados caucanos y antioqueños, mitificaron y desmitificaron la pretendida inexpugnabilidad de la plaza, considerada por algunos como una auténtica fortaleza o como un "Nido de Aguilas", calificativo que los militares daban a la ciudad por su estratégica posición fronteriza entre el Cauca y Antioquia, estados antagónicos en lo político y lo social, por no decir en lo racial y en lo conceptual.

Quince años de vida política como capital de departamento y veinte como sede diocesana le daban un aire de orgullosa importancia, preeminencia laboriosamente ganada dentro del ámbito político y social de la Colombia de principios del siglo XX, el empuje de sus ciudadanos le valieron reconocimientos con más valor poético que práctico, la burguesía comarcana era aceptada en todas las esferas de la actividad humana, el comercio y las artes, ya mostraban los logros de nuestros antepasados conciudadanos, se pretendía que un supuesto meridiano intelectual pasaba por entre nuestras estrechas y empinadas calles, como que se reclamaba el derecho de ser portadores de las más rancias tradiciones castellanas, andaluzas, extremeñas y vascas, pues el inventario de sus apellidos así lo demostraban y aún hoy, orgullosamente, se sustenta tan efímera tesis, aunque para algunos no pasan de ser veleidades ridículas de una "alpargatocracia" venida a menos.

Es conveniente conocer en conjunto el detalle cronológico de los hechos fastuosos y nefastos que marcaron indeleblemente la historia manizaleña durante la década en que pareció que los diversos sucesos eran producto de una extraña baraja que una mano prodigiosa manipulaba ciegamente, sin importar que la sucesión de buenas o malas cartas produjese júbilos o tristezas.   

Se inicia la década en el pleno apogeo de la crisis económica de 1920, es consecuencia lógica del desgaste producido por la recién terminada primera guerra mundial, fenómeno  que produjo una enorme contracción monetaria y la consecuente ruina y quiebra de numerosos comerciantes y agricultores, el café colombiano, del que ya éramos fuertes exportadores, cayó en el mercado norteamericano a un promedio de US $0.11 la libra, después de haber estado en 1919 a US $ 0.27, mientras el cambio monetario frente al dólar pasó de la igualdad al menos 130% por las mismas fechas; se asistió al derrumbe financiero de una de las firmas exportadoras de café más prestigiosas del país, la Casa Alejandro Angel en Nueva York, empresa que mantuvo muy importantes relaciones comerciales con caficultores de la ciudad y el departamento, seguidamente se vivió y padeció el desplome de importantes firmas de Medellín extendiéndose el pánico a Manizales, en noviembre del mismo año, se produjo el cierre temporal de los Bancos de Caldas y del Ruiz, le acompañaron 38 firmas exportadoras de café, 73 sociedades importadoras de mercancías extranjeras, cuatro grandes trilladoras, y las 2 fábricas de textiles que ya existían en la ciudad, es decir, el comercio en general, como si fuera poco, desapareció por completo el medio circulante, retornándose al trueque como único medio de sostener el precario comercio de subsistencia, se recibía café en grano como pago de salarios y artículos en todas las actividades productivas de la ciudad, para solucionar el grave problema de circulante, el Banco de Caldas, por iniciativa de Nepomuceno Mejía y el apoyo de accionistas como Carlos E. Pinzón, Francisco Jaramillo Ochoa, Sinforoso Ocampo y Antonio Arango G, emitió Cédulas Hipotecarias de bajo monto, las cuales se convirtieron en papel moneda que increíblemente invadió los mercados del Valle, Cauca, Nariño y Tolima, con gran aceptación de los comerciantes de esas latitudes.

Comienza así el final de la poderosa expansión bancaria local y regional, paulatinamente fueron desapareciendo los bancos particulares que años atrás habían surgido, en 1925 se liquidó el Banco de Caldas, quizá la más importante institución financiera de la región, solamente sobrevivió el Banco de Salamina hasta 1957 cuando el Banco Cafetero lo absorbió; por las mismas calendas, 1920, algunos ciudadanos de renombre, aprovechando el caos financiero, sacaron de contrabando a los mercados extranjeros grandes cantidades de oro, lo que aumentó las caídas paulatinas de las reservas del metal precioso y por consiguiente el debilitamiento acelerado de nuestra moneda haciendo más crítica la situación, por aquellos días la convertibilidad del patrón oro en la moneda no era un concepto, era una realidad.

El martes 11 de mayo de 1920, a las diez y treinta de la mañana sobrevuela varias veces la Plaza de Bolívar el biplano Caudron pilotado por René Guichard, acompañado por un joven estudiante de la Escuela Militar de Cadetes, el manizaleño Humberto Hoyos Robledo, quien difícilmente servía de copiloto, pues el piloto no hablaba español y el "Ñato" Hoyos menos sabía de francés, fue un vuelo lleno de interrupciones provocadas por las fallas del aparato y las adversidades del clima, por último, después de 35 minutos de vuelo desde Mariquita aterrizó la aeronave en la finca El Tesoro de propiedad del doctor Julio Buitrago, fueron los ganadores de los mil pesos oro que el Concejo Municipal había establecido como premio para el "primer aviador que se dejara contemplar sobre el cielo de Manizales", fue el inicial contacto que se tuvo por estas latitudes con la recién inventada aviación, el 20 de julio siguiente a las dos de la tarde llega a la ciudad el avión Antioquia pilotado por otro pionero francés llamado Ferdinand Machaux, en la misma aeronave y esta vez pilotada por el capitán Guicciardi, varios días después, hicieron su primer vuelo algunas personalidades de la ciudad.      

El 2 de febrero de 1921, el doctor Jaime Lindsay inaugura el Cable de Mariquita, construido por la "The Dorada Railway Ropowey Extensión Ltda" cuyos estudios de factibilidad y construcción se iniciaron desde 1912, obra portentosa para el país de la época, con sus  72 kilómetros, 22 estaciones, 376 torres y capacidad de 20 toneladas por hora, 10 subiendo y 10 bajando, era el más extenso del mundo, dominó la desafiante y gigantesca topografía de la Cordillera Central, “empezando en Mariquita a una elevación de 457 mts la línea asciende a 3.660 mts en 51 Klms; de ahí desciende en 21 Klms a una altura de 2.040 mts en Manizales” abriendo una ventana por la que nuestra ciudad pudo apreciar más de cerca las planicies del Magdalena y así poder expandir con mayor celeridad sus exportaciones e importaciones en lo nacional y lo internacional, ingleses, australianos y colombianos forjan a partir de este singular hecho ingenieril una escuela, desconocida en nuestro medio hasta la fecha, ella permite que se concluyan en el departamento otros cables,  como el de Villamaría en 1927, que facilitó enormemente el transporte de materiales para la reconstrucción de la incendiada Manizales y la conclusión del Ferrocarril de Caldas, o el del norte de Caldas que llegó hasta Aranzazu en 1928 y el fallido de Occidente en 1929, del que solo se construyeron 10 Kilómetros y que, según sus proyectores, comunicaría con el Chocó y el Océano Pacífico.

La fundación del periódico La Patria el 20 de junio de 1921 por Don Francisco José Ocampo, solamente es la continuación de la tradición periodística iniciada desde la década del 70 en el siglo XIX, otros diarios compiten con el recién fundado, vemos que ya completaban años de circulación cotidiana Renacimiento, El Universal, La Fragua y El Diario, algunas otras publicaciones aparecían una o dos veces por semana como El 86, El Heraldo Liberal, La Defensa Industrial, El Cable, la Andina, El Correo de Caldas, la Idea, El Eco y La Prensa, en todos ellos ven las primeras luces numerosos escritores que continuarán su carrera literaria en las editoriales Zapata, Atalaya, Renacimiento y la Imprenta Departamental, pero lo más lujoso e ilustrado, de la época, apareció en 1924 cuando la Tipografía Blanco y Negro edita la Revista Colombiana de Revistas.

En el mismo año de 1921, una compañía de capitalistas de la ciudad entre los que se destacaron Guillermo Gutiérrez Vélez, Manuel Mejía, Justiniano Londoño y el doctor Eduardo Vallejo adquieren en Barranquilla, a la extinta Compañía Colombiana de Navegación Aérea, el enorme avión Goliath, con capacidad para 14 pasajeros, con él se pretendía iniciar una empresa de transporte aéreo para la ciudad y la región, la aeronave salió de La Arenosa pilotada por el francés René Guichard con destino a Manizales pero a la altura de Montería una falla le obligó a aterrizar, luego de su reparación reemprendió vuelo, pero una segunda avería a la altura de Cáceres en Antioquia, concretamente en una propiedad del entonces presidente Pedro Nel Ospina, le obliga a un forzoso aterrizaje, reparado vuela a Medellín donde llega triunfalmente, de allí debería seguir a Cali y posteriormente a Manizales, pero nunca llegó, pues a poco del despegue de la capital antioqueña se estrelló, "solamente llegaron las cuentas de la fabulosa deuda" nos dice el historiador José Germán Hoyos, es la primera frustración en cuanto al desarrollo aéreo de nuestra ciudad.

A la media noche del 25 de octubre de 1921 y luego de soportar por más de seis meses la crisis final de una penosa enfermedad que le aquejaba desde dos años antes, muere en su Palacio Episcopal el primer Obispo de la Diócesis manizaleña, Monseñor Gregorio Nacianceno Hoyos Yarce, siendo sus funerales y sepelio en la Catedral un verdadero acto de dolor que conmovió a toda la ciudad.

En 1922, al igual que en otras importantes ciudades del país, se inician las  comunicaciones inalámbrica con Bogotá; Manizales empieza a salir del semiaislamiento septuagenario que sus precarias vías terrestres, hasta ese momento, le han dado, el viejo telégrafo difícilmente suplía las necesidades comunicativas con los otros centros poblados del país y el mundo, bien que mal las noticias traspasaban las estrechas fronteras comarcales, el ostracismo no era total.

El 6 de julio de 1922 es preconizado el segundo Obispo de la Diócesis de Manizales, Tiberio de J. Salazar y Herrera, siendo consagrado en la Catedral de Medellín, el 19 de noviembre del mismo año, presentándose en nuestra ciudad el 3 de diciembre donde se le tributa un casi apoteósico recibimiento; en este mismo año, al amanecer del 19 de julio, un gran incendio, el primero de ellos, originado en un depósito de velas de parafina que había en los bajos de la casa del comerciante Joaquín Gómez Botero, con facilidad, debido a la estrechez de las calles, arrasa parte del centro de la ciudad consumiendo vitales puntos administrativos, comerciales y residenciales, pero los manizaleños no se amilanan, rápidamente se inicia la reconstrucción; en el mismo año se inaugura, al occidente de las ciudad, el Parque del Observatorio y en agosto se da al servicio el puente sobre el río Cauca en el Corregimiento de Arauca, obra que se concluyó, con un costo de US 80.000.00, por el ingeniero Bernardo Arango Vallejo, la magnífica construcción con una anchura libre de 3 mts salvaba una luz de 102 metros; en octubre del mismo año es contratada, por primera vez, la mundialmente famosa Opera de Adolfo Bracale, compañía integrada por más de 40 artistas, que hace12 funciones en el viejo Salón Olimpia con lleno total a pesar del elevado precio de las localidades.

La Film Company Manizales y dos sublimes visionarios, Tomás Montoya y Gregorio Tabares, filman en 1923 la película Manizales City, recuento gráfico del desarrollo urbano y visual caleidoscopio de las europeizadas modas en que nuestras ufanas abuelas lucían la elegancia de sus vestidos, los señores y señoritos parecen calcados de figurines parisinos, pero es de advertir que anteriormente se había hecho otra película en la que se llevaba al celuloide la novela "Madre" de nuestro paisano Samuel Velásquez, iniciador de la formalidad en las bellas artes en estas difíciles breñas nuestras.

El 14 de diciembre del mismo año 23 a las 5 y 31 minutos de la tarde se siente en toda la ciudad un temblor de tierra con una intensidad de 6 grados, cuyo epicentro se localiza en Funes departamento de Nariño, aunque no se reportan daños graves hay la natural alarma entre los habitantes, muchos recuerdan los temblores y terremotos que han sacudido la zona en 1843, 1845, 1850, 1868, 1869, 1875, 1878, 1884, 1900, 1906 y 1918, también piensan algunos temerosos en una próxima pavorosa erupción del Ruiz similar a la ocurrida en el año 1845.

En el mes de enero de 1924 se cristaliza la idea que por algún tiempo desvelaba a algunos artistas y políticos, de ella surgió la Escuela de Artes y Oficios, primer centro formativo de enseñanza para "obreros instruidos y hábiles", semillero de trabajadores calificados y artistas que más tarde mostrarían sus verdaderas capacidades, en este año era evidente el desarrollo alcanzado, ya se contaba con 50 automóviles circulando por las calles, número muy abultado para la época en nuestro país.

También por 1924, año que debe quedar grabado perennemente en todo aquel que guste de los generosos y afamados licores de nuestra destilera, don Joaquín Vieira, visitador de rentas le solicita a un cubano de origen catalán, extécnico de Ron Bacardí, llamado Ramón Badía, que viniese a nuestra ciudad con el fin de que estudiara un guarapo que se vendía en nuestras calles y en las de algunos pueblos de Caldas llamado por las gentes “El Roncito”, con intenciones de mejorar y comercializar a gran escala una bebida capaz de reemplazar a tan peligroso y antihigiénico brebaje, los conocimientos del señor Badía hicieron posible que en 1928 se inicie la venta del Ron Viejo de Caldas, copia del cubano Bacardí, por aquel entonces la producción era de 10.000 botellas al año.    

En 1925, el 3 de julio a las 10 de la noche, nuestros abuelos son sorprendidos por el más grande de los incendios que ha azotado la ciudad, se origina la conflagración en el Hotel Escorial y rápidamente se propaga a las construcciones vecinas, pues aún no se contaba con un cuerpo de bomberos, son devastadas 23 manzanas del pleno corazón manizalita, mueren once personas, la gran mayoría niños, a causa del incendio, según investigaciones hechas por nuestro compañero Antonio Estrada Alvarez, quedan destruidos 229 edificios, prácticamente desaparece todo el comercio, el que se había recuperado de la crisis del 20 y se consideraba como el más pujante del occidente colombiano, verdaderas reliquias históricas desaparecieron consumidas por las llamas y las explosiones con dinamita decretadas por el Alcalde José Manuel Gutiérrez, el Gobernador, General Pompilio Gutiérrez y el Personero doctor Tulio Gómez Estrada, en un vano intento por detener el avance del incendio, pretendiendo "crear un anillo de campo raso para aislar el fuego", las pérdidas son enormes, verdaderas fortunas se esfuman, la voluntad ciudadana es herida de muerte, la ruina y desolación campean por toda la ciudad provocando verdaderas tragedias familiares, el incendio se detuvo el 4 de julio a las once de la mañana, pero las ruinas continuaron ardiendo ocho días más..

Rápidamente se inician los trabajos de reconstrucción, el Concejo Municipal convoca a una urgente y decidida lucha contra la adversidad, el día 5 todos los estamentos cívicos se comprometen a ello, se ven gentes de toda condición social empuñando las herramientas necesarias para la remoción de los escombros, la ciudad vive su época más fulgurante.

Veinte días después, el 23 de julio, pasado tan arrasador incendio se manifiesta la naturaleza a las 11:33 de la mañana con un fuerte temblor de tierra, al que le siguen pequeñas réplicas hasta que un nuevo y fuerte seismo a las 3:40 de la tarde del 31 del mismo mes sacude nuevamente los restos calcinados de lo que fuera la ciudad, aparte de la natural alarma no se reportan daños en lo poco que quedaba en pie, el epicentro se localiza en Carru (Chocó), estos datos los aporta el conocido abogado e historiador Gustavo Castaño Abad.

Como si fuese poco lo padecido por la ciudad y sus gentes, dos días después algunos dirigentes de Pereira manifiestan al Presidente, General Pedro Nel Ospina, que aquella ciudad estaba dispuesta a proporcionar los edificios y locales necesarios para que se trasladase allí la sede gubernamental de Caldas, por lo que el Presidente respondió "Manizales en cenizas seguirá siendo la capital de Caldas",  es el primer intento de escisión o desconocimiento de la preeminencia que Manizales tenía sobre las demás ciudades del Departamento.

Por medio de la Ley 94 de octubre 5 de 1925, siete días antes del septuagésimo quinto aniversario de la fundación, el Congreso de la República ordena la reconstrucción de Manizales, era presidente el General Pedro Nel Ospina, Ministro de Hacienda el doctor Jesús María Marulanda y el de Obras Públicas Laureano Gómez, esta Ley es ampliamente generosa con los damnificados y concede algunas rebajas en tarifas de transporte por el Ferrocarril del Pacífico para el cemento, el hierro y el acero necesarios para la reconstrucción, así mismo, por mandato de la susodicha Ley se firma un contrato con la Ullen Company originaria del Estado de Delaware en los Estados Unidos para que de manera exclusiva esta compañía "realice la reedificación de la totalidad de los edificios públicos y privados, los trabajos del acueducto y el alcantarillado, la pavimentación de las calles, la reparación y mejora de la plaza de mercado, la construcción de la estación del ferrocarril y el ensanche de la planta de energía eléctrica", como se ve, se concedió un monopolio que en poco tiempo provocó fuertes enfrentamientos entre la compañía y la totalidad de los vecinos damnificados.

Como dijimos, de junio de 1925 a 1926 se vivió el año más fulgurante de nuestra historia, pero también fue el de las más ardientes polémicas que halla tenido nuestra ciudad, el monopolio concedido a los ingenieros gringos fue cuestionado por muchos de nuestros mejores hombres, destacose en ello el gran Aquilino, y cuando se dice gran Aquilino, no puede ser otro que Aquilino Villegas, el ingeniero José María Gómez Mejía, los editorialistas de los  diarios  La Patria y La Voz de Caldas y el pueblo llano quienes con vehemencia  impugnaban los sistemas impuestos para la reconstrucción, especialmente la estipulación en el contrato de un 7% como honorarios a la Ullen, pues mientras más durasen y más costasen los trabajos más cobraría la compañía constructora.

En el momento más álgido de las discusiones y en el punto más alto de la reconstrucción, a los ocho meses y medio de la gran catástrofe, el 20 de marzo de 1926, una nueva conflagración consume las dos manzanas más valiosas y centrales de la ciudad, incluyendo la Catedral, preciada joya construida en madera, que había escapado al incendio anterior, desaparecieron los pocos almacenes, oficinas y casas de habitación conque contaba la ciudad, nuevamente se vivió el terror y la desesperanza, pero de las humeantes cenizas surgió la galvanización de los ánimos y la resolución de una reconstrucción total, se replantearon los trabajos ya iniciados y gracias a la fuerte, casi dictatorial, determinación de las autoridades y a la tesonera actitud de gran parte de los ciudadanos se continuó trabajando para superar las desgracias. 

La fuerte lucha escrita y verbal iniciada en 1925 se extendió hasta finales de 1928, el desprestigio y las presiones ciudadanas de toda índole, obligan a rescindir el contrato que la nación y la Ullen tenían vigente, los norteamericanos abandonan la ciudad sin terminar muchas de sus obras, no obstante ya habían culminado la gran mayoría de ellas, algunas de verdadera envergadura, como prueba de ello quedaron el acueducto y el alcantarillado, la iniciación de la carretera a Chinchiná, la actual Gobernación, el Palacio Nacional ya desaparecido, la estación del ferrocarril, actual Universidad Autónoma, y numerosos edificios particulares que los arquitectos John Wotard, Mr Halley y Gustav Schay, al servicio de la constructora, habían diseñado.

No puede pasar inadvertido un hecho trascendental y determinante en la reconstrucción de nuestra ciudad, él es quizá uno de los factores decisivos en la modernidad urbanística demostrada en su momento, este hecho fue la necesaria resolución de bajar el nivel de las principales calles, ello no es comprendido en su verdadera magnitud por las actuales generaciones, debe saberse que la actual carrera 23 y algunas otras vías, en algunos casos, tuvo banqueos hasta de seis metros de altura, siendo la media de ellos los tres metros, se nivelaron cañadas y zanjones, desaparecieron barrancos y colinas, se transformó dramáticamente la topografía urbana, desde aquel entonces nació la conocidísima aseveración de que "en Manizales primero se hace el lote y luego se construye" .

El 14 de septiembre de 1926, muere en Bogotá el doctor José Ignacio Villegas, quinto de los gobernadores del Departamento de Caldas y preclara figura política en el concierto municipal, departamental y nacional.

El doctor Nestor Echeverri, uno de los hombres que mejor conoció las intimidades de una de las empresas que cambiaron dramáticamente nuestra historia dice que "la llegada del Ferrocarril de Caldas a la ciudad de Manizales  viene a representar la coronación de uno de los mayores esfuerzos que se han hecho en el país durante los años de su historia", el ferrocarril fue fastuosamente inaugurado el viernes 15 de septiembre de 1927, con la jubilosa llegada, a la recientemente construida estación, de la locomotora Zapata arrastrando dos carros, máquina a vapor que la imaginería popular ha dado en llamar "La Pichinga" y la que supervive, a pesar de la incuria y la desidia oficial, desvalijada en un raquítico monumento que ahora sí parece que hubiese encontrado su sitio definitivo.

Ingenieros norteamericanos y manizaleños, aparte de otros connacionales, libraron una costosa y larga lucha para conectar por medio de ferrocarril a Manizales y Puerto Caldas, en el departamento del Valle, población fundada y construida a la par que sus muelles por hombres y capital manizaleño, donde empalmaba con el Ferrocarril del Pacífico hasta Cali y Buenaventura, la puerta al mar del occidente colombiano, miles de trabajadores vencieron la agreste geografía a pico y pala, los fuertes inviernos provocaron innumerables y gigantescos deslizamientos de tierra que también tuvieron que ser removidos para que la vía pudiese seguir adelante, es la mayor demostración de tozudez y empeño demostrado por unos hombres visionarios que la posteridad injustamente ha olvidado, por no hablar de la estrechez mental demostrada por un burócrata ministro, luego en mala hora presidente de la República, cuyo nombre no queremos recordar, enterrador de oficio de tan epopéyica obra .

Albeiro Valencia Llano y Fabio Arias Gómez describen admirablemente el desarrollo en las comunicaciones afirmando "de este modo Manizales se convirtió en una estación de paso obligado, en centro comercial de primer orden, dándose un salto histórico de la mula y la arriería, al cable aéreo, al ferrocarril y la carretera".

El 11 de agosto de 1927 se instala en Manizales el primer Comité Departamental de Cafeteros, con delegados de la provincia cafetera caldense, dando inicio a una larga y fructífera vida del gremio en esta sección del país, en este mismo año, ya para finalizar, un hecho luctuoso llena de pesar a los manizaleños, el 14 de diciembre de 1927, muere el General Marcelino Arango Palacio, quizá el más importante gestor de la creación del Departamento de Caldas, había sido Ministro de Gobierno en la administración de Marco Fidel Suárez, época en la que se ocupó del mando ejecutivo cuando el presidente hizo una gira por el occidente colombiano, Ministro de Hacienda y Fomento bajo el gobierno del doctor Carlos Holguín, Senador y Represente por varios períodos, Diputado a las Asambleas del Cauca, Antioquia y Caldas, Concejal de Manizales, Magistrado del Tribunal Contencioso de Caldas, Inspector de las Aduanas del Pacífico, Prefecto de la Provincia del Sur y segundo Gobernador del Departamento de Caldas.

Finalizando la extraordinaria década y reconociendo el liderazgo cafetero manizaleño, en 1929, se reúne en esta ciudad el III Congreso Nacional de Cafeteros, importante reunión donde se destacan los dirigentes manizalitas.


Como bien se ha podido ver en estas escuetas líneas, la ciudad tuvo un verdadero renacer, las llamas y algunas otras vicisitudes no fueron obstáculo para que ella, guiada por sus líderes cívicos y religiosos, continuase con más fuerza el avance iniciado 70 años antes, nunca más ha sido tan descollante nuestra historia citadina, pareciera que el tiempo se hubiese detenido, nuestros dirigentes ya no dan la talla requerida para afrontar los retos que nos presenta la modernidad.