lunes, 30 de septiembre de 2013

MANIZALES 1904


Muy grato y honroso es para mí ser el iniciador de este ciclo de conferencias con las que se quiere celebrar el primer centenario de la aparición de la "Revista Nueva", órgano que la intelectualidad manizaleña de principios del siglo XX puso en circulación nacional e internacional.

Parecerá extraño que una ciudad enclavada en el corazón mismo de la Cordillera Central y a la que muy difícilmente se podía llegar, pudiese hacer, a un mismo tiempo, alarde de ilustración y capacidad mercantilista que le permitiera traer desde Norteamérica y Europa bienes materiales y conocimientos en los diferentes ramos del saber humano y a la par de los apenas 40 números de la Revista que fueron conocidos en Sur y Centro América, España, Francia, Italia y Portugal, exportar los granos de la rubiácea que por años sostuvo la economía nacional, aclarándose que en febrero de 1911 aparece el único y último número de la Revista que no circulaba desde 1907.

Existen hombres, hechos y edificaciones que imprimen carácter a una ciudad pero que, al resultar tan familiares a sus habitantes, hacen que muy pocos se pregunten sobre su origen, simbolismo y significado. Esto sucede, literalmente, con muchas de las cosas manizaleñas.

Una ciudad o un sitio determinado es el lugar donde la divinidad se manifiesta de algún modo, un lugar donde algún tipo de energía natural muy particular, cósmica, telúrica, o de alguna otra clase, se revela produciendo efectos perceptibles en quienes frecuentan ese lugar, efectos que generalmente son de tipo muy preciso y determinado.

Desde la más remota antigüedad, una ciudad, no importando el porqué de su fundación, ni a que actividad o divinidad se dedicase se imprimía así misma un carácter y una dinámica muy diferente a los de cualquier otra, pero aquella dinámica y aquel carácter le viene, principalmente, por la escogencia del lugar "apropiado" para dicha fundación.

El sitio, según los más viejos cánones, trasmitidos, generalmente, por vía oral y que se han perpetuado por generaciones y generaciones, siglo tras siglo, milenio tras milenio, debía ser aquel en que estuviesen presentes y se manifestasen ciertas "fuerzas o corrientes telúricas e hidrológicas" que trasmitieran a la ciudad y a sus hombres las fuerzas de allí emanadas y que, estas, libremente fluyesen del mismo "centro de la tierra".

Ello se da, en nuestro caso, desde los primeros días de la "primera" fundación misma de la ciudad.  Y es, "primera", porque, según la historia local, es desde mucho antes de 1849 cuando se formaliza oficialmente el reparto de los primeros lotes, a los que quisieron asentarse en las tierras manizaleñas, cuando y el primitivo, desperdigado y humilde asentamiento daba muestras claras de que su historia sería sorprendente y convulsionada.

La desafiante y difícilmente accesible eminencia de Morrogacho, como era conocida la región, esculpida, seguramente milenios ha, por poderosas, volcánicas y cataclísmicas fuerzas, que bruscamnete cortaron y catapultaron verticalmente una gran porción de tierra, rompiendo la continuidad del horizonte, precipitando, abruptamente, una parte de él en las profundidades, formando lo que hoy es el paraje de La Francia, dándole así su extraña y enigmática configuración.

La dramáticamente accidentada silueta de Morrogacho es visible y reconocible, desde muchos kilómetros a la redonda, toda ella está rodeada por una serie progresiva de grandes picos y otros no pequeños cerros que la hacen resaltar entre la majestuosidad del paisaje, topográficamente no faltan profundos y pequeños valles, convulsionado terreno que solo se puede observar a plenitud desde un avión; toda la ciudad se halla edificada sobre una de las más activas y peligrosas fallas geológicas andinas, ella es la muy destructiva Falla de Romeral.

Es innegable pues la conjugación, en este sitio, de las fuerzas telúricas, tectónicas e hidrológicas, que hacen de éste el lugar apropiado y exacto para la construcción de una ciudad diferente a cualquier otra.  Nuestros antepasados, sabiamente, encontraron el "lugar adecuado" para construir su ciudad.

Los fundadores y primeros pobladores de Manizales descienden, en su gran mayoría, de viejos troncos genéricos vascos y asturianos, y ellos, los vascos, son un enigmático pueblo, asentado hace varios miles de años en las bravas montañas del noroeste de España, ellos son portadores de una rara y continuada pureza racial, debida, en gran parte, a la muy generalizada práctica endogámica de sus uniones, predominando en sus integrantes abundancia del singularísimo patrón sanguíneo tipo O, una baja frecuencia del grupo B y la más alta concentración estudiada del tipo RH negativo.

Están agrupados lingüísticamente en el Eúskaro, lengua única y antiquísima y no perteneciente a ninguna de las del grupo indoeuropeo; son amantes de la montaña, industriosos, tenaces, ascéticos, rebeldes y defensores sanguinarios de su libertad y fueron ancestrales, con hondo arraigo familiar y arcaica fe religiosa.

En cuanto a la ascendencia asturiana también hallamos, lo mismo que en los vascos, marcados atavismos célticos, de allí, de aquel viejo torrente sanguíneo, seguramente, proviene "la fuerza" que inspiró a hombres y mujeres a levantar este monumento a la tozudez; poderosa fuerza en la vida.

"La Cañada de Manizales" o "La Aldea Encaramada", como fue conocida en sus primeros 50 años de existencia, pasó de algo más de 2.800 habitantes en 1850 a 24.000 en 1900, año en que alcanza la madurez como centro poblado que le reconoció la Santa Sede al otorgarle un obispado, antesala, por un lustro, de la Gobernación que Rafael Reyes le confirió al crear el Departamento de Caldas.

En la primera década del siglo XX, Manizales era una ciudad donde todavía se creía en duendes y brujas, donde aún se tomaban las bebidas de apio, toronjil, yerbabuena y albahaca, donde aún se deleitaban diariamente los paladares con los fríjoles con "garra" o chicharrón chamuscado de "siete escalas", plátanos asados, cernidos de guayaba y requesón, brevas con queso, mazamorra de maíz amarillo, o con el rústico y delicioso dulce de vitoria con leche, una ciudad por la que transitaba el alpargatado carbonero pregonando su negra carga y los lecheros de carretilla entregaban a domicilio por tazadas y cuarterones sus no descremadas mercancías, una ciudad donde Noé Nicholls y Temístocles Vargas daban sus lecciones de piano y formaban bandas de músicos que con sus retretas dominicales deleitaban a los numerosos asistentes.

Aquel Manizales de hace una centuria, verdadero modelo de la tenacidad de una raza, era un conjunto de edificios públicos y privados que escasamente pasaba de las ochenta manzanas en las que todavía predominaba "el estilo temblorero", estilo que se conoció por las enormes tapias del primer piso y la construcción divisoria en bahareque embutido en barro, recubierto exteriormente con cagajón encalado, de profusa ornamentación con preciosos calados de madera en los segundos pisos, de amplias y ventiladas habitaciones, de grandes aleros volados y balcones salidos, "construcción en claustro", con sus macetas de geranios, novios, begonias y josefinas, ancladas en cada uno de los pilares que circundan el gran patio central.

Rasgos típicos de la arquitectura pueblerina de la Antioquia Grande que la hacían muy poco diferente de Sonsón o Rionegro y Abejorral, es decir era otro pueblo más de la avanzada antioqueña, que desde finales de 1903 se encontraba bajo los rigores de un fuerte invierno, que azotaba el centro del país con aguaceros de hasta cuarenta horas, diluvios que hacían más duras y largas las treinta y hasta cuarenta y cinco jornadas que demoraba una buena recua de bueyes desde las planicies tolimenses.

Por el oriente, los caminos del Ruiz, La Elvira y La Moravia tramontaban la gigantesca Cordillera, eran unas duras y larguísimas trochas que desde sus inicios fundacionales Manizales utilizaba para comunicarse con el Magdalena, "Río de la Patria", en muchas partes de ellos nos narra Manuel Pombo  "menudean los pasos azarosos, consistentes en defiladeros de tierra deleznable tajados sobre precipicios que van a dar al río ; en hondos fangales donde las bestias se consumen hasta los pechos; en estrechuras obstruidas por la maleza, sin hacer mérito de la continua sucesión de saltos y resbaladeros que constituyen el mal llamado camino", en otras partes, "...Profundos barrizales, plagados en su fondo por redes de raices que se enredan en los cascos de las bestias, derrumbaderos empinados de greda amarilla y brillosa o de tierra deleznable en donde no se pueden afirmar los pies y en donde ruedan confundidos bueyes, mulas y hombres", troncos caídos, maleza que cierra el paso, púas y estacas por todas partes, árboles que gotean por entre sus ramas, niebla espesa, frío, mucho frío, continuos y fuertes aguaceros acompañan a los viajeros, caminos que se hicieron temerosamente célebres desde la noche en que una ventisca mató cuarenta mulas, como se narra en alguna parte de nuestra historia comarcana.

Por el norte se llegaba a esta población por el camino del Salado o por el nuevo camino que se hizo pasando el Río Olivares, vías un poco, pero solamente un poco, mejores que las otras, pues nuestro activo y dependiente intercambio con Medellín les hacían ser menos fragosos y complicados.

Por el occidente, otro precario y empinado camino nos comunicaba por El Rosario hacía Chinchiná, Santa Rosa y Pereira y de allí con el Valle del Cauca, por esta vía colonizábamos el Quindío, allí nos derramábmos a raudales, porque si bien es cierto que Salamina es la ciudad abuela, Manizales es la ciudad madre de más de la mitad de la colonización antioqueña en el centro del país.

Por el sur, a escasas cuatro empinadas cuadras de la Plaza del Libertador, por un fragoso y casi vertical camino, Manizales se comunicaba con Villamaría, última población del Cauca, histórico camino por donde en varias oportunidades fuimos invadidos por las tropas del conflictivo Estado vecino.

En 1904, Manizales contaba con los barrios Carangal, llamado después de Los Agustinos, Hoyo Frío a la salida para Villamaría, El Mico, que cambió su nombre por el de San José, Sierramorena que se extendía hasta más allá del viejo puente de Olivares luego de pasar por la Puerta del Sol, todos ellos cruzados, en mayor o menor medida, por las 13 calles y las 18 carreras  "tiradas a cordel", rectas, empedradas y estrechadas, de solo 80 varas de longitud, que desafiaban empinadas colinas y profundas hondonadas, en pocos casos ya niveladas por grandes banqueos que popularizaron aquello de que "en Manizales primero se hace el lote y después la vivienda", calles por las que todavía corría la alcantarilla por el centro de la vía, obstáculo que se salvaba, a veces, con puentes como el llamado de "Los Suspiros", dos cuadras arriba de la capilla que desde 1902 construían los padres Agustinos recién llegados a la ciudad.  Corrientes de aguas negras que hacían del poblado un lugar malsano en el que las epidemias y las enfermedades, las niguas, las pulgas y las carangas eran lo común, lo que no era gran obstáculo para que la chiquillada en ruidosa democracia se involucrarse en sus juegos infantiles, suspendidos de vez en cuando para que por allí mismo pasasen las recuas, que al decir de varios historiadores se componían de más 10.000 bueyes y mulas, los que con su rítmico paso daban impulso al incesante comercio, cargando sobre sus lomos un sinnúmero de mercancías que hacían de la plaza la más próspera fortaleza comercial del centro del país.

Al oriente se encontraba el bello parque que desde 1902 impulsaron Samuel Velásquez, Alfonso Villegas Arango, Marino Montoya y el ingeniero cundinamarqués Carlos Clavijo, en el sitio conocido como Plazuela del Guayabo, quienes lograron que el Jefe del Batallón La Popa, anterior nombre que llevó el Batallón Ayacucho, les prestara un contingente de reclutas para demarcar e iniciar su construcción siguiendo los planos del ingeniero Julián Arango y que desde el 30 de abril de 1911 se llamó Parque de Sucre; al nordeste, donde se iniciaba el nuevo camino a Neira, se encuentra la plaza de Colón, nombre que reemplazó la rústica denominación de Plazuela del Mico, donde desde el 31 de enero de 1902 don Faustino Ocampo dio el barretonazo inicial para los banqueos necesarios para construir la iglesia de San José.

En el corazón mismo de la ciudad, en la Plaza del Libertador, donde los miércoles se hacia la Feria de Ganado y los sábados el mercado público que iniciara el visionario Marcelino Palacio, inmenso terraplén sin ningún pavimento ni ornamentación, a excepción de la hermosa pila importada, que aún perdura, aunque en otro lugar, donde sudorosos arrieros y caporales capitaneados por Paulino Acevedo, el "Poeta Arriero", o por "Cotoño Echeverri", abrevaban esa miríada de cansados animales luego de descargarlos de sus pesados fardos.  Allí tenían asiento la Casa Consistorial, el Correo, la iglesia Catedral construida en preciosas maderas desde 1888, donde se desempeñaba como cura párroco en 1901 el padre Nazario Restrepo Botero, gran pintor y buen poeta.

Allí mismo, en la Plaza del Libertador, se encontraban las viviendas y los bien surtidos almacenes de don Liborio Gutiérrez, de Mariano Latorre, de los Santamaría, de Pedro Pablo y Atanasio Restrepo y de don Benicio Angel, y muchos otros comercios de menuda importancia, al sudeste de la plaza el cosmopolita Hotel Internacional, que se encontraba situado en la segunda planta del local del Banco de los Andes, fundado en 1901, por varios empresarios de la ciudad, institución que se disputaba la clientela con el Banco de Manizales fundado en el mismo año, con el Banco Prendario, fundado en 1891 y con el Banco de Depósitos que fundara don Lorenzo Jaramillo desde 1896.

Al noroccidente ascendiendo por el antiguo camino de la colonización, que trocó su nombre por El Pedrero se ascendía a La Cuchilla, camino todo escoltado por sórdidos burdeles, que sábados y domingos se convertía en la más peligrosa y sangrienta zona de la ciudad, peligrosa vía que llevaba al bonito Parque del Observatorio, espectacular mirador hacia el Cauca y luego descendía a la Cuchilla del Salado y de allí al Guacaica.

Todavía eran comunes en nuestra habla la designación a calles y sitios de la ciudad y sus alrededores con sonoros nombres como Horqueta de Faracho, Quiebra del Guayabo, Plazuela del Mico, Vallejuelo, El Pedrero, La Cuchilla, El Carretero, Hoyo Frío, Sierramorena, Carangal, La Puerta del Sol, La Cueva Santa y San Peregrino.

Pero si el relativamente pujante pueblo no descollaba por sus adelantos arquitectónicos, como lo afirmaban los viajeros que nos visitaban, él si tenía un fuerte desarrollo comercial e industrial como se decía en la época, las trilladoras de café, La Estrella, La Oriental, La Argentina, El Porvenir y La Americana, movidas todas por sus propias plantas de energía eléctrica, daban trabajo a centenares de mujeres, lo mismo que las pequeñas industrias chocolateras Luker, El Rey, Vélez, Cruz Roja, Villegas y Medalla, y los talleres de tejidos en fíque y algodón y la Fábrica de Fósforos El Ruiz, no sin dejar de reconocer el importantísimo aporte minero que desde finales de la década de 1880 cuando ya se encontraban registradas 159 minas de oro y plata, casi todas en plena producción en los primeros años del siglo XX, dando trabajo a miles de hombres, de ellas se destacaron La Cascada, la Coqueta, Volcanes, Farallones y Tolda Fría, la más antigua y rica de toda la región.

Por las calles y plazas de la activa y próspera ciudad era común ver a Tomasito el vendedor de sirope, al sastre con su metro al cuello, al yerbatero con su mochila ofreciendo cidrón, albahaca, eneldo y poleo para la morcilla, a Noé Ossa el herrero, al carpintero con su lápiz trazador en la oreja, al terciador con sus cinchas y lazos, al zapatero remendón y al mugroso lustrabotas, a Jacintico, a Pedrito Canastero, a Juan Pablo Jaramillo con sus 150 kilos de fofa carne, a Castelairas y Morrocoy, a Corroncho y Bibiano, a Cirgüelillas y Napoleón, a Tuto, portero y guardián de la Catedral, a Ismaelito Vargas vendiendo elíxires, vinagre y jarabes de canela y limón, a Alarcón, curandero y vendedor de específicos, a Mucinga, a Juan Onofre con su zurriago y su pañuelo rabo de gallo y a Tanana con su caminado de pato, todos revueltos con los parsimoniosos y elegantes, casi ingleses, caballeros de botines de tacón alto y sombrilla parisina, como calcadas de los figurines de moda europeos; con añosas matronas de delantal blanco y embozadas en su pañolón negro; con muchachos de cachucha y camisa de dril, de pantalones cortos confeccionados de las transformaciones de los vestidos de sus mayores, de medias rayadas a media pierna y calzados con gruesos y pesados botines únicamente los domingos, que buscaban, en solares y potreros vecinos, saltando trancas y talanqueras las chiliguacas, las dulunzogas y los tapaculos, vernáculas golosinas ya desaparecidas, por no decir los destrozos causados a los tomates de árbol, los chirimoyos, los brevos y los cidrales que con esmero cuidaban los manizaleños en sus huertas caseras.

Ese era el Manizales del portentoso desarrollo literario que se daba por aquella época.

Según Hernando Salazar Patiño, su génesis fue la aparición, del que se ha considerado primer periódico de la ciudad, en enero de 1877, el "Boletín de Guerra", que en sus siete números publicó las proclamas del General Marcelino Vélez, entreveradas con los artículos crítico-humorísticos del Tuerto Camilo Antonio Echeverri, seguido en 1878 de la hoja periódica "La Serenata" de la autoría de Alejo María Patiño y de "Ecos del Ruiz", periódico literario, industrial y noticioso, de ocho páginas que comenzó a circular todos los domingos desde el 3 de octubre de 1880, bajo la dirección del excelente periodista sonsoneño Federico Velásquez, semanario que alcanzó a tener 140 suscriptores.

En cuanto a la literatura en sí, es posiblemente desde 1883, cuando sale a la luz un pequeño tomo conteniendo una poesía titulada "Flores Mustias" cuyo autor fue Ramón Gómez Gaviria, quien manejaba la imprenta en donde se editó luego la famosa revista La Primavera, de la que hablaremos luego, este pequeño tomo es considerado el primer libro que se editó en Manizales.

También se ha catalogado como la más importante génesis cultural de Manizales la famosa Tertulia de las hermanas Cárdenas, que se desarrollaba alrededor de 1880 en su casa de habitación y era comandada por Joaquina la hermana mayor, casa que cae, en 1949, bajo el golpe dizque progresista de la piqueta demoledora, siendo seguida aquella tertulia por la célebre Sociedad Literaria que empieza a funcionar en 1885 con la dirección del maestro José María Restrepo Maya y en la que fueron admitidos un "grupo de inquietos muchachos entre los 14 y los 17 años, que al año, en junio de 1886, fundan su órgano de expresión llamado "La Primavera", allí sale a la luz Victoriano Vélez, con apenas 14 años, y sus compañeros Valerio Antonio Hoyos, José Ignacio Villegas, Daniel Restrepo, Silverio A. Arango, los Gutiérrez, los Henao, ... y más tarde Alfonso Villegas, Basilio Uribe, Samuel Velásquez, Juan Pinzón y otros, y por un tiempo el profesor Luis Zea Uribe, quien la rebautizó "Zapatería Literaria", por el local en que se convocaban".

Aquella Sociedad duró más de 15 años y de allí emergieron los escritores, magistrados, pedagogos, gobernantes y periodistas que orientaron la vida y el pensamiento de la ciudad con la aparición de los periódicos El Amigo del Hogar 1891, El Sur en 1894, El Imparcial en 1895 y el más importante de todos, El Correo del Sur, en 1897 y en aquel mismo año, en la Tipografía Caldas el primer número de la Revista Nueva, la que desapareció debido a los sucesos de la guerra de los tres años.

En noviembre de 1904 y en medio de un gran jolgorio tuvieron lugar los primeros Juegos Florales en Manizales, en ellos fueron vencedores el doctor Aquilino Villegas, con un cuento original de Gabriel D`Annunzio, que su autor al traducirlo brillantemente, adaptó a nuestro medio.  Otro premio le fue concedido al mismo doctor Villegas por su poesía titulada "Tríptico" y en el mismo torneo resultaron triunfadores el poeta Jorge S. Robledo y el General Carlos Jaramillo Isaza, el primero con su poesía "Los funerales del sol" y el segundo con un canto a la reina de la fiesta, Inés Jaramillo Montoya.

Con la guerra de los Mil Días, que en lo bélico apenas nos tocó en forma tangencial, pues como en las otras guerra Manizales fue convertida en un verdadero fortín militar, que vigilaba las acciones en los departamentos vecinos, situación que no dejó exentos a algunos vecinos liberales de la expropiaciones y contribuciones, "haciéndose insostenible la vida para muchos y para otros se convirtió la ciudad en un próspero campo de especulación con los negocios que labró la prosperidad de unos y la ruina de otros.  Empezó a subir el tipo de cambio de manera progresiva, hasta llegar al diez mil por ciento o más, de manera que el patrón monetario que representaba el valor de un peso, quedo valiendo un centavo".

A pesar de todo, aquí no se aquietó el rebullir intelectual, por el contrario, de este contingente humano de excelsas calidades, los educadores sonsoneños, salamineños y caucanos ya recogían los frutos de su incesante brega educativa, aquí una pléyade de jóvenes inquietos hacía sus primeros pinitos en las letras, no muy tímidamente deleitaban a sus sorprendidos paisanos con sus logros literarios; ya se habían dejado atrás los tiempos de la salamineña Agripina Montes del Valle, quien había partido hacia Bogotá para radicarse allí, es por ello que se considera de más trascendencia las enseñanzas del gramático y periodista Jesús Londoño Martínez, en el Colegio Exagógico, del científico Luis Tomás Fallón (padre del poeta Diego Fallón), en el Colegio León XIII, de Gerardo Arias en su Instituto Pestalozzi y de Concha Ruiz de Arango en su institución privada y mixta, de José María Restrepo Maya en su célebre colegio de Santo Tomás de Aquino; de aquella lucha fratricida que nos desgarró por tres años nos quedo un Aquilino graduado de Coronel y Abogado, al que los miembros de la famosa Gruta Simbólica, llamaron poeta.

Ya con el servicio de energía eléctrica, que pocas ciudades del país lo tenían, pareciera que Manizales entraba de la mano del siglo al modernismo, la actividad cultural en la primera década del XX es arrolladora, es por ello que por intermedio de los editores Guinge, Salazar y Molina, algunos dieron a luz sus composiciones y la Tipografía Caldas, en su imprenta de pedal, edita, a principios de 1902, en un muy discutido folleto de apenas 62 páginas, la primera antología de escritores caldenses titulada "13 Composiciones", folleto que se vendió a beneficio del Hospital, lográndose recolectar la importante suma de $ 10.000.00.

En aquel folleto se publicaron "Leticia" y "Piedras Finas" de Samuel Velásquez, "La Samaritana" de Emilio Robledo, "Interior" y "Sara" de Juan Pinzón, "El Proyecto del Juez Carranza" de José Ignacio Villegas, "Oda al Padre Evasio Rabagliatti" y "La Vaca" de Alfonso Robledo, "Belkiss" (Reina de Saba) y "El Viejo" de Aquilino Villegas, "Confesiones de un Reo" y "Dos Rosas" de Victoriano Vélez y "En la Celda" de Alfonso Villegas Arango.

Pero no se crea que Samuel Velásquez, Aquilino Villegas, Victoriano Vélez, Juan Pinzón, Alfonso Villegas Arango, Alfonso Robledo Jaramillo, Emilio Robledo Correa.  Juan B. Gutiérrez y José Ignacio Villegas, solamente se interesaron por la Revista Nueva, ellos gestaron o tuvieron, temprana o tardía, incidencia en la fundación de la Sociedad de Mejoras Públicas, la Sociedad de Medicina de Manizales, el centro de Estudios Históricos de Manizales, y el Instituto Universitario.

Destácase de entre todos ellos Samuel Velásquez, "primer pintor de caballete que conoció Manizales", discípulo de Alberto Urdaneta, autor de los cuadros evangélicos que existían en la antigua catedral y de los retratos de algunos de los fundadores de la ciudad que adornaban el salón de sesiones del Concejo municipal, autor, también, de las primeras novelas importantes ambientales en Manizales, Madre premiada en el concurso de 1897 y Al Pie del Ruiz publicada en 1898.

Los Villegas, Aquilino, José Ignacio y Alfonso, herederos todos del Alférez Felipe de Villegas y Córdoba, creador de una estirpe que en sus genes porta una rara predisposición a las letras, muchos de sus más cercanos parientes también fueron y han sido cultores eximios de la palabra, ya alguien ha dicho que "los Villegas son una raza de letrados".

Como rareza debemos anotar hoy que en esta exclusiva lista de intelectuales aparecen los médicos Emilio Robledo y Juan B. Gutiérrez, verdaderos humanistas que abrevaron esa filosofía de vida en la vieja capital francesa, cuando aquello de "Ciudad Luz" era una verdad axiomática, sus escritores así nos lo demuestran; Emilio fuera de sus obras médicas también descolló como uno de los mejores y verdaderos historiadores con que Colombia cuenta; Juan B dejó como imborrable recuerdo, entre otras cosas de la intelectualidad, su preocupación por el espíritu y su humana explicación, exploró en muchas y variadas fuentes, como prueba de ello nos dejó, como legado, una variada colección de escritos donde se mezclan la medicina y la espiritualidad.

Tampoco se sustrajeron al ejercicio de la política, fueron ruidosos y fuertes polemistas, casi todos.  Conservadores y luego Republicanos, participaron por momentos en una muy dura oposición al gobierno central quien a la postre, al sentirse aludido por la publicación, en dos entregas de la Revista, en el magistral artículo de José Ignacio Villegas, "La Delación Bajo los Césares Romanos", adaptación de una obra del insigne escritor francés Gastón Boissier, escrito que el régimen dictatorial consideró lesivo a sus intereses y declaró a su autor y a la Revista como activos conspiradores en su contra, hecho que originó, por medio del decreto 182 de 1907, sobre censura de prensa, ordenar el cierre de la publicación, como muy claramente lo informaron sus editores en los números 35 y 36 de marzo y abril de 1907.

Todos se desempeñaron como Concejales de Manizales, algunos en varios períodos; Juan Pinzón y Aquilino Villegas, fueron Constituyentes de la Asamblea instaurada por la dictadura de Reyes; Aquilino y Alfonso Robledo fueron Ministros; el primero de Obras Públicas y el segundo, en la presidencia de Abadía Méndez, del Tesoro, Aquilino y Juan Pinzón fueron Senadores por dos períodos consecutivos; Gobernadores del recién creado Departamento de Caldas fueron José Ignacio Villegas y Emilio Robledo; José Ignacio Villegas, además, fue Alcalde de Manizales; Alfonso Villegas Arango fue Diputado a la Asamblea Departamental de Caldas y Emilio Robledo de la de Antioquia, no sin dejar de reconocer que Alfonso Robledo fue Alcalde de Bogotá.

Para toda aquella agitación era necesario tener medios de expresión, por esto vemos un aumento inusitado en la prensa, en 1907 aparecen: Cosmos, Lectura Popular, El Juguete, El Parnaso, La Opinión de Caldas, La Nueva Era, Los Andes, El Remo, Croniqueur, y El Glóbulo Rojo, anticipos muy tempranos de Eco, que aparece en 1915 editado por la Tipografía Rivas, Cervantes, y ya más tarde de La Patria y El Tiempo.

Como se puede ver la Revista Nueva fue un aglutinante donde se amalgamaron en un momento dado los mejores hombres de la intelectualidad manizaleña, ella sirvió, en varias oportunidades, de ventana por donde se vió la obra de los literarios del modernismo francés, también sirvió para conocer aspectos de nuestra historia que en ninguna otra parte se han mencionado, como por ejemplo la enorme escasez de dinero circulante en la región durante el año de 1904 a 1905, informándonos que se llegó hasta cerrar por algunos días el servicio en algunos de los bancos de la ciudad, interesante tema que los historiadores y economistas hasta hoy no han estudiado; por esta y otras cosas es que yo siempre he sostenido que nuestra historia aún no se conoce en su verdadera dimensión.

Como otro ejemplo de mi anterior aseveración está el caso de la reorganización territorial colombiana, poco se sabe que algunos de los miembros de la Revista Nueva se opusieron vigorosamente al desmembramiento del sur de Antioquia cuando se creó el departamento de Córdoba, antecesor del departamento de Caldas, hasta recogieron una interesante cantidad de firmas de ciudadanos que no estaban de acuerdo con tal hecho administrativo, así como tampoco se conoce que otros integrantes de la Revista si apoyaron con igual vigor tal creación y hasta, en gesto y palabras muy románticas, propios de la época, ofrecieron la pluma de oro con que debía firmarse el decreto respectivo; trascendental polémica de la política doméstica que poco se analiza y debate en nuestra historiografía.


Con esta visión rápida que hemos hecho del Manizales de 1904, año en que empieza a circular la Revista, queremos, más que hacer una quejumbrosa añoranza, hacer una especie de llamado de atención a gobernantes y dirigentes locales para se retorne a actitudes que no pueden ser exclusivos de una época ya centenaria; otros en su debido momento durante esta semana harán análisis más profundos sobre otros tópicos de la Revista y sus autores, pero de lo que no puede quedar duda es que la crisis que actualmente padece la ciudad es un fenómeno cíclico que ya varias veces hemos padecido por más o menos tiempo:  dificultades en las vías de acceso a la ciudad, guerras, despóticas invasiones, constreñimientos políticos, terremotos, incendios, penurias económicas, ausencia de líderes cívicos, pequeñez en algunos de nuestros mandatarios ciudadanos, no son nada nuevo en nuestra sesquicentenaria vida, pero pese a todo ello Manizales fue, es y será ciudad guía y modelo en la vida colombiana.

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