lunes, 30 de septiembre de 2013

AUTOPISTA MEDELLIN - BOGOTÁ DOSCIENTOS AÑOS DE PACIENTE ESPERA


Durante dos siglos, en nuestra historia republicana, ministros de todos los gobiernos, sin importar el color partidista, e ingenieros adscritos a las diferentes entidades que en el país han sido rectoras de nuestro desarrollo vial, se han preocupado, unos más, otros menos, por conectar el Valle de Aburrá con la Sabana de Bogotá, planicies que albergan los dos núcleos poblacionales más importantes y de vertiginoso crecimiento económico en nuestra nación.

El anquilosado y decadente imperio español se vivía y padecía en estas colonias con resignación, la élite criolla dormitaba aletargada sin comprender la necesidad de vías que aspiraba el común de los mortales para su libre tránsito por la enmarañada geografía Granadina, el virreinato se ejercía en la fría Bogotá por virreyes que poco o nada sabían o querían saber de sus muy extensos dominios, en materia de comunicaciones, para ellos y sus reducidos séquitos no existían sino el malísimo camino que de Bogotá llevaba a Honda pasando por Guaduas y la acuática vía que comunicaba al puerto fluvial de Honda con la amurallada Cartagena, lo demás, como dice el poeta Antonio Machado, se hizo camino al andar.

Los chasquis, silleteros, cargueros y arrieros, indios, esclavos o plebeyos con su incesante ir y venir, durante trescientos años, labraron, a uña de caballo, los zanjones, que con más ínfulas que realidad llamábanse caminos, amojonados con salitrosos sudores de hombres y bestias; en aquellos canalones abundaban los despeñaderos señalados con cruces y osamentas indicadoras de fatales percances sufridos por anónimos racionales e irracionales.

En la sexta década del siglo XVIII, Don Felipe de Villegas y Córdoba, al solicitar una “Concesión de tierras vacas” propone en el petitorio construir un camino que conecte con el que viene de Medellín logrando una sola ruta que lleve de Sonsón a Mariquita y llegue a Bogotá, solicitud que el Gobernador de la Provincia de Antioquia, Barón de Chaves, le concede, con la expresa condición de construir la vía caminera, tan necesaria para el creciente comercio, la vieja ruta por Nare al Río de la Magdalena llegando a Honda y posteriormente por Guaduas a Bogotá era muy complicada y hacía que los fletes fuesen muy altos encareciendo los precios de las mercancías, condición que no cumplió Don Felipe, por lo que su Concesión le fue anulada,  pero este la legó a sus herederos, quienes sin inmutarse por la anulación la poseyeron y disfrutaron, escribiendo así una más de las atiborradas páginas jurídicas entrabadoras de la Colonización Antioqueña.

Don Felipe de Villegas y Córdoba, de su propia mano, dibuja un mapa que envía al “Excelentísimo Señor Don José Alfonso Pizarro” Virrey entre 1749 y 1753, en él ubica muy acertadamente el proyectado camino y los más importantes accidentes geográficos entre la villa de Medellín y la capital Virreinal, destácase preferencialmente “la Rosa Náutica” y las distancias en leguas, entre los distintos puntos de la ruta, “con la mayor certeza por haberlos transitado varias veces con todo cuidado”, señala expresamente aclarando que “de Santafé a la villa de Honda ay 32 leguas; de la villa de Honda a la ciudad de Mariquita 3 ½ . De la ciudad de Mariquita a la de Arma 66. De la ciudad de Arma al valle de Rionegro 22. Suman estas leguas del camino de Hervé, desde la citada capital del Reyno, hasta el valle de Rionegro ciento trece leguas y media”.

Transcurridos más de doscientos años, el país celebró con bombos y platillos la inauguración de una carretera entre las dos capitales, carretera que la ingenuidad tropical denomina “Autopista Bogotá-Medellín” y que algunos avispados ingenieros dieron en llamar “el mayor adelanto de las comunicaciones terrestres en el centro del país”, trazado hecho con las más avanzadas técnicas de campo, incluido el helicóptero, técnicas que muy seguramente harían reír a mandíbula batiente al viejo patriarca, quien solamente utilizó la pezuña de sus mulas y el sentido común que le daban sus años de experiencia.

Socarronamente,  en el plano, traza camino de Arma  “al paso o canoa de Supía” para de allí torcer en derechura hacía el occidente hasta Mariquita, encerrando un inmenso globo de terreno que sería su Capitulación, lindero que lo libraría de enojosas servidumbres y le permitiría el acceso a sus tierras por cualquier punto de las “ciento trece leguas y media” perimetrales del latifundio.

Parece ser que a finales del siglo XVIII el difícil tránsito entre los núcleos poblacionales no estaba perturbado por los tormentosos retenes de hoy, las “pescas” solamente se hacían por Semana Santa en el Río Grande la Magdalena, los ejércitos eran solamente los del rey, nadie se atrevía a poseer ejércitos propios y menos a usurpar al Estado el derecho al uso de las armas, mucho menos se atrevía alguien en quemar, asesinar y secuestrar bajo el pretexto de Caguanizar, no existían las zonas de distensión, ni las de exclusión.


¡ verdaderamente nuestra paciente patria ha progresado mucho !

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